miércoles, 23 de noviembre de 2011 | Por: Pedro López Ávila

FRANCISCO TRIGUEROS


La luz del amor

"La Última Santa Cena"

(Detalle central)

(Detalle lado derecho)

"Resurrección"

Detalle del rostro de la primera versión de la obra "Resurrección"

Comparación de ambas versiones

Síndone versus Resurrección

El Ángel caido 

"Sólo quiero sentir esta luz en mis manos" (Antonio Gamoneda).

En el hallazgo está la luz. Lo comprendí, desde el silencio de los ojos, cuando visité el estudio de Francisco Trigueros y contemplé, desde la enorme dimensión de sus cristaleras de vida, un mar abrazado en sus aguas al silencio de los azules y platas.

Pero, el enigma estaba dentro, en el estudio; la transfiguración de la luz era posible cuando observaba que el autor, de forma desafiante, la doblegaba en su obra, a su capricho, y me alienaba en una marea de colores tan disciplinada como su propia técnica y su lúcida visión de la perspectiva y el dibujo.

Trigueros es un pintor hiperrealista, pero que trabaja incansablemente no en reproducir la realidad (traducción literal y fotográfica de la realidad), sino en la belleza y poesía que emanan de la realidad, es decir, del colorido de las formas y de la luz de los objetos y de los sujetos. Hasta tal punto, que sus cuadros se crean respirando en un poema propio.

La poderosa personalidad del artista, su instrucción académica, su exquisita formación cultural, sus conocimientos en múltiples disciplinas que rayan la erudición (Licenciado en Psicología, pintor, narrador, poeta, investigador, presenta y dirige programas de TV local etc.) hacen que el proceso pictórico de Francisco Trigueros esté estrechamente ligado a lo que deja de sí mismo en su obra.

Tan sólo flanqueado por una agitada y rica vida interior, dotada de una energía generativa superior y de un universo que se apoya en la experiencia propia de su vida, busca incesantemente, pincelada a pincelada, respuestas sobre la diversidad y maneras en que distinguimos y sentimos la realidad.

En la obra de Francisco Trigueros los seres inanimados llegan a adquirir entidad propia, ente otros motivos, por su sentido de distribución en la tabla o en el lienzo, en lo que lo surreal y lo real se funden en el milagro de existir conjuntamente, de tal fortuna, que es la mirada del receptor la que completa y da sentido a su obra.

Sin embargo, siempre nos queda algo por descubrir en su expresión simbolista y metafórica, especialmente, cuando profundizamos en el significado de los objetos o símbolos, que no están dispuestos en el cuadro de forma libérrima, como pudiera parecer a primera vista, sino que no son más proyecciones de sus emociones ante las cosas que le rodean y ante su propia intimidad.

Sus estados de ánimo quedan perfectamente delimitados en el colorido de las formas y en la luz de los objetos. El pintor lo sabe perfectamente, de ahí que la luz y el color consigan que una simple vasija, máscara o pos-it tengan alma sobre la tabla.

Y es que en la obra de Francisco Trigueros se funde una conexión emotiva de encuentros: entre lo racional y lo conceptual, entre lo real y lo onírico, entre lo geométrico y la fantasía o entre el silencio y el misterio, que provocan una irradiación tan humanamente conmovedora que no deja indiferente al espectador, sino que lo convierte en cómplice de su propia experiencia interior.

Su desbordada imaginación, siempre acechada por colores formas e imágenes, a veces visionarias, para captar situaciones extrasensoriales y plasmarlas en la tabla nos hace pensar en un espíritu inquieto, siempre indagando en el origen del ser y su relación con la obra de arte.

Hubo un tiempo en que su temática giraba, fundamentalmente, en torno a los motivos religiosos; fue entonces cuando descubrí La Última Cena, un cuadro sobre lino de 4 m. x 2 m. y cuyo proceso de creación llevó al autor 7 años, que debieron ser de inagotable trabajo, no sólo por la entrega sin medida en la búsqueda de la luz a la que somete a una mirada interpretativa, sino por la disposición meticulosa de Jesucristo y los apóstoles, que tras largos periodos de investigación, le llevan a concluir que los rostros, posiciones y expresiones gestuales de los mismos responden a una imagen más cercana a la realidad de la que aparecen tradicionalmente en los pinceles de las fantasías.

Más aún, Francisco Trigueros no es un pintor al uso, es como dijimos más arriba un estudioso, un erudito y un investigador como pude comprobar al visitar su estudio: el tiempo se detuvo, cuando mi alma quedó enlazada a la sangre al observar su obra La Resurrección. Era la figura de Cristo, que había creado a partir de los datos antropométricos del hombre de la Sabana Santa o Síndone de Turín.

Un estudio de tres largos años, en la que de forma entusiasta y con convicciones hasta ahora irrefutables por ningún otro estudio, nos explicaba de forma milimétrica desde la altura del personaje, pasando por el color del pelo, hasta la distancia existente entre las pestañas y los pómulos para fundamentar sus teorías, que las tiene recogidas en su libro “La Herejía de la Síndone” (Amarés 2006. Librería Interactiva. Centro Europeo de Empresas e Innovación de Aragón).

Si alguien sigue manteniendo la añosa creencia de que la pintura hiperrealista es una forma pictórica fría e impersonal, no tiene más que asomarse a la obra de Francisco Trigueros, para comprobar que su obra es mucho más cálida, imaginativa y de exploración artística que alguien pudiera imaginar y, desde este humilde punto de vista, le hace encumbrarse como uno de nuestros mejores pintores contemporáneos, que llega fácilmente al espectador; así como la del hombre que, de manera infatigable, busca la hermosura en el color y la forma y la verdad en la luz.

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sábado, 19 de noviembre de 2011 | Por: Pedro López Ávila

CARTA A ENRIQUE ROMERO DÁVILA


www.davilafotos.com         www.palabrasconmirada.com

Mi querido amigo Enrique:

Acabo de abrir tu correo y no puedo por menos que decirte que he sentido el sueño repetido de los años ante el sentimiento otoñal, que se apodera de forma tan gratificante entre muchos de nosotros.

Antes de las hojas abrasadas por el invierno estaba tu cámara fotográfica, pero mucho antes estaba tu imaginación con su valor creativo en una actitud de ánimo siempre dispuesta al servicio de la belleza.

Es una lástima que los correos electrónicos que nos envías a los amigos, en los que nos descubres desde la sonrisa detrás del rostro de una máscara, el desnudo de un cuerpo de mujer a contraluz de un atardecer en una solitaria playa, hasta las últimas hojas apenas sujetas a las afiladas ramas por el anuncio del invierno, no sean placeres compartidos por todos aquellos que no han tenido la suerte de conocerte.

Ya sé, como tú también sabes, que muchos dirán que con los medios tecnológicos y los programas informáticos que se disponen hoy día es tarea fácil realizar los reportajes y montajes fotográficos que realizas con tanta ilusión y amor; pero, eso no debe importarte lo más mínimo, como adivino que así es.

Amigo, Enrique, hoy todos somos fotógrafos y además nos creemos que hasta buenos, sobre todo si tenemos una buena cámara digital y disponemos de todos los artilugios que nos venden en los comercios especializados, además de ser un recurso imprescindible en el que se sujeta el pintor.

Supongo que esto es agradable y nada enojoso para nadie, encontrarse con amantes de la fotografía, un arte poco reconocido en nuestra cultura, excepto cuando se premian y distinguen aquellas que golpean paisajes desoladores o se muestra al cuervo que espera. Algo muy distinto a tu forma de interpretar, de sentir o de comprender la realidad que tú entiendes y vives.

Sin embargo, tengo que decirte que la calidez de tu fotografía no depende de tu cámara ni de tus recursos materiales, sino de ti, de tu personalidad en la selección de los motivos, en la toma de decisiones, en las modificaciones que efectúas en el proceso de ejecución, en las composiciones que realizas con los colores y en tantas cosas que nunca te he dicho y que a mí, con gran ignorancia, se me escapan también.

Lo que sí quiero expresarte, por medio de estas líneas, es que, una vez más, esas ramas semidesnudas, de hojas verdes agujereadas por la falta de alimento o amarillas, sobre el abismo de un pequeño soplo, me han hecho sentir la nostalgia mágica del otoño.

Dale un beso a Mar y, como tú dirías, con cariño y respeto, Pedro López Ávila.

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sábado, 5 de noviembre de 2011 | Por: Pedro López Ávila

LA ORQUESTA BARROCA DE GRANADA


Orquesta Barroca de Granada
IBS IBERIA CLASSICAL

Tengo que reconocer que en la pasarela de la música clásica, la música barroca nunca encontraba un espacio para enlazarla en mi memoria como expresión de un sentimiento que recogiera al alma, especialmente a Händel. Por esta circunstancia, cuando en el año 2007 se fundó la Orquesta Barroca de Granada, por iniciativa del clavecinista , Darío Moreno, el delgado hilo sobre el que sustentaba mi subjetividad, por una indefensa cultura musical, me hacía presagiar que este atrevimiento inesperado (más en estos tiempos) iba a tener los días contados. Máxime, cuando de todos es sabido que cualquier proyecto político, social deportivo o cultural que no vaya acompañado de los recursos económicos pertinentes está condenado al fracaso.

Pero, cuánto me alegro de haberme equivocado, pues el pasado día 15 de noviembre, en el Auditorio Manuel de Falla, bajo la dirección de Darío Moreno y David Hernández, como tenor, se interpretaron algunas obras de Händel, que no son precisamente las más reconocidas en su corpus musical como El Mesías, la Música para los Reales Fuegos Artificiales, la Música acuática, etc.

Pues no, en este caso se oía una música sustentada en un profundo latido poético como en el caso de las arias de las óperas Alcina o Rodelinda, que se presentó bajo el título de Ciel e Terra desde el sello discográfico IBS. IBERIA CLASSICAL

La interpretación fue un descubrimiento de Händel, para muchos de los asistentes que oyeron hablar a la música cegada de sueños en áreas como Urne voi o de una energía en calma y afable como en Ciel e terra, mientras las violas y violines quedaban vencidos a la voz de David Hernández.



Sin caer en la tentación de realizar una labor interpretativa de la música histórica, de la que uno puede aportar bien poco, creo que merece la pena insistir en la importancia de esta encomiable iniciativa, que, sin medios algunos, ha llegado a rescatar a las sensibilidades más reticentes a la música barroca y de acercarnos, con una nueva forma expresiva, la memoria al olvido y a lo desconocido.

Y es que en la interpretación de las obras de Händel se buscó la armonía del sonido como si el tiempo hubiera atrapado el paso de los siglos; fue una réplica instrumental, casi exacta, de la que se utilizaron a finales del S:XVIII: los violines, violas o violones estaban configurados con cuerdas de tripa, cual instrumentos de época, como también es el caso de la tiorba, los oboes, etc.

No quiero escribir como melómano, porque no lo soy, ni como poeta, ni como profesor, ni como mínimo conocedor de Händel o de la historia de la música, sino como un apasionado de las manifestaciones espirituales del hombre; y en la medida en que toda una importante masa social se siente emocionada, hasta el extremo que ovaciona una obra para que se repita de forma entusiasta, me hace pensar que un mundo que no presta atención a los sentimientos expresivos más nobles que emanan del alma es un mundo sin futuro.

Una ciudad como la nuestra (como otras muchas), cuna cultural de muchas civilizaciones, que no ayuda o no puede ayudar más a las iniciativas de sus escritores, de sus pintores y escultores o de sus músicos, es una ciudad que si no está muerta está moribunda.

No quiero con esto formular insinuaciones algunas ni molestar absolutamente a nadie, pues me consta que, en este caso concreto, la Orquesta Barroca de Granada, recibió un apoyo institucional, generoso, aunque, entiendo, que insuficiente (posiblemente motivado por las limitaciones económicas de los tiempos que estamos viviendo); sin embargo, oímos todos los días hablar de la crisis económica y financiera y siempre pienso que el mal no está, exclusivamente, en la falta de liquidez, sino en la cultura que se le ofrece a los pueblos y, por tanto, el mal es endémico, pues es de organización o de administración de los recursos, si se quiere. Como también pienso que el mal no es local, sino bastante generalizado.

Aquí, lo grave es que los pueblos pidan fútbol y se les conceda al precio que sea; pues, es en sí mismo productivo, mientras millones de personas jamás han asistido a un concierto, en donde se consagran las sensibilidades.

De ahí, que la Orquesta Barroca de Granada tenga un ansia verdadera para comunicarse con los demás, para llevar todo un trabajo de recuperación histórica musical y conectar con todo tipo de público, y que en su corta trayectoria, pero intensa actividad, esté realizando esfuerzos muy exigentes, con innovaciones verdaderas, pocos recursos materiales y con inestimable espíritu de sacrificio, enfrentándose a un público al que hay que arengarlo, en las más de las ocasiones, aún contradiciéndolo para enseñarlo.

Iniciativas de este tipo, son las que hacen que Granada siga siendo un escenario cultural en el mundo, pero, por favor, no bajemos la guardia.
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