martes, 10 de abril de 2012 | Por: Pedro López Ávila

LA OBRA DE ARTE. ANDRÉS RUEDA



Nunca he pretendido ser crítico de arte, aunque algunos se extrañen de mi osadía al ver como realizo algunos comentarios pictóricos sobre distintos autores, pero también es verdad que siempre he pensado que cada cual está de algún modo en su obra.

Ya sé que la obra del pintor, como la del músico, literato o escultor es plurisignificativa y que los críticos, según me comentaba un virtuoso pintor, son los encargados de sobrevalorar o infravalorar determinadas tendencias, estilos o autores dentro del mundo de la pintura, por la cual, evidentemente, cobran para llenar de pureza los oídos de los ignorantes.

Por tanto, la belleza, por poderosa que sea, no tiene razón para hacerse saborear exclusivamente por los intermediarios, aunque en el mundo en que vivimos, tan lejos de las artes, necesitemos medios externos que la expliquen a espíritus débiles y lánguidos para hacerse agradable.

Pensaba A. Machado que el elemento poético era "una palpitación del espíritu, lo que pone el alma, si es que algo pone, o lo que dice, si es que algo dice en respuesta animada al contacto del mundo".

Ocurre que la historia nos ha dado muestras de que muchos de nuestros mejores pintores y escritores vivieron en la más absoluta precariedad durante su vida y en el fluir del tiempo fueron rescatados a la gloria más, incluso, que aquellos que en su tiempo, al ser más vigorosos por sus adhesiones a la estética dominante resolvieron mucho mejor su situación socioeconómica.

A lo que iba: he observado, como amante de la pintura, a través de Internet y de algún medio próximo, que el pintor neoimpresionista, como yo catalogo con demasiada imprudencia, Andrés Rueda, siempre se presenta con el rostro descubierto, sin mirar en exceso su ombligo, fuera de tendencias, fuera de las prisas del tiempo actual y de disciplinas de mercado, pero imponiéndose siempre a la coherencia de las emociones que la luz y el color de sus obras nos invocan.

También, es cierto que una determinada tendencia, estilo o motivo de cualquier autor pueda gustar más o menos, pues nuestra capacidad no es tanta para osar comprender la disposición de la materia que ha llevado al autor, para que sea esa su finalización o su creación y no otra en la ejecución final de la obra.

Lo que sucede es que la pintura de Andrés Rueda atrapa, seduce, cautiva, ilumina los falseamientos de la experiencia real, de tal suerte que el espectador no queda indiferente a la fuerza expresiva de sus colores, de sus luces, de sus sombras y de sus nieblas, siempre con un toque de esperanza en el color que nos redime de la rigidez de un orden racional.

Esta pintura de Andrés tan alejada de academicismos, de dogmas, de clubs de pintores, de un mundo donde habita la mentira y la manipulación, tiende a constituirse (en solitaria búsqueda), en un impulso vital de una verdad, que es la suya; donde los lirios, las amapolas, las florecillas silvestres, los atardeceres, los amaneceres y la naturaleza (virgen o agitada), encuentran cobijo en toda su obra y es, en último término, una palpitación de su propio espíritu, que consigue transmitir a muchas almas que no necesitan un conocimiento especial sobre el arte.

Decía Aristóteles que los buenos legisladores cuidáronse más de la amistad que de la justicia. Por tanto, estas ideas sobre Andrés Rueda, pudieran parecer menos bellas y menos acertadas a aquellos que conocen la amistad que profeso, entre otros muchos, a este pintor, sin necesidad de estar ensamblados por alguna casualidad o conveniencia.

Por consiguiente, como no quisiera que nadie entendiera que lo que acabamos de decir pudiera envilecer mis sentidos, quiero someter a la propia percepción de todo el mundo el último cuadro de mi amigo Andrés, que aparece más arriba.

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4 comentarios:

Marinel dijo...

Acabo de dejarle un comentario en su blog a cerca de esto que dices.
Me ha parecido una crítica especial,de genuina admiración y donde captas muy bien,o a mí me lo parece, ese ecléctico impresionismo suyo.
Un beso.

andres rueda dijo...

Mi querido amigo...y que decir????

Bueno ya esta escrito, en los cuadros que cuelgan en tu galeria.

gracias y abrazo

Andres

Jesús Amaya dijo...

Querido Pedro, la pintura de Andrés Rueda no deja indiferente a nadie, absolutamente a nadie, porque es la obra de un hombre libre.

La vida de los colores que emplea Andrés Rueda tienen eso: VIDA, es decir, es impulso, es ingravidez.

Los dos cuadros de Andrés Rueda que viven en mi casa me salvan cada día en mis naufragios.

Para mí, el uso de toda la magia de los violetas y azules-en los que Andrés es un maestro-, en la pintura de Andrés Rueda
han devuelto a mi vida
la imaginación,
la intuición,
la paz,
el espíritu
en su más alto nivel de percepción y de ingravidez,
la nada,
la emoción,
la independencia,
la transgresión y ..¡la música!

Desde esta ventana de tu blog, querido Pedro, quiero dejarte el poema que le he escrito al cuadro Aroma de un recuerdo, de Andrés Rueda, que tengo en mi casa:

Para Andrés Rueda,
espejo de libertad personal u creativa.





Aunque aislado en tu universo de náufrago
-ya elegiste tu rincón-
con una cumplida indiferencia vives lejos
del asedio quebradizo de las vanidades
-de la cresta de la ola sobre todo-
sin perder el brillo vivaz en tus ojos.

Te preguntas
si encontrarás a quién explicarle
el desgarro interior de tus insomnios,
si comprenderás que tu último amor ya ha caducado
-prolongarlo es pudrirlo.

Traedme quietud
-dices-,
aprenderás a defenderte
de tantas compañías sin silencio
que de antemano sabes que te destruyen.

Traedme silencio
-susurras-,
vivirás dignamente, lejos de toda lucha estéril
por lo que ya no te pertenece,
aprenderás a estar triste sin humillarte,
ya no pasarás la vida rumiando tus reiterados errores.

Traedme luz
-suplicas-,
vivirás sólo por gusto,
no malgastando tiempo en otra espera.

Y aunque arrastras una pena de orfandad
-es tu pánico atroz-,
sabes que la muerte ya no es solución
para tu angustia.

Traedme quietud.
Traedme silencio.
Traedme luz.

MarianGardi dijo...

Un excelente pintor.
Yo además de la explosión del color que para él no tiene secretos. Amo sus ocres y dorados.
Saludos