lunes, 7 de mayo de 2012 | Por: Pedro López Ávila

LA VENTA DE NIÑOS


Ana Caballero - www.galeriadeartelazubia.com

Todas las naciones tienen muchas vergüenzas que esconder, así como todas las religiones han rebajado a Dios a su medida, para pasarlo por su tamiz y someter a los hombres (por medio de las leyes, la moral, los dogmas, los oráculos o las fantasías) a un orden predeterminado para provecho de una minoría, cuyo objetivo principal es alcanzar el poder, el prestigio social y la gloria.

A veces es necesario remontarse a otra épocas para poder comprobar cómo en la religión de los beduinos se decía del alma de aquel que moría por su príncipe iba a otro cuerpo más venturoso, más hermoso y más fuerte que el primero; por lo cual arriesgaban la vida con mayor entusiasmo. O "bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos".

Si esto fuera verdad no serían necesarias leyes sobre el bien obrar , sino muy al contrario, con la impunidad de la justicia nos bastaría con ser sujetos agradecidos de cuantas especies de maldades nos acecharan desde que nacemos y nos abandonaríamos al sufrimiento y al dolor desde la creencia de que, tras nuestra desaparición, se nos devolvería fielmente la alegría para siempre en la tierra o en otras dimensiones.

Sostengo que el hombre ha evolucionado muy poco, por no decir nada, en lo que se refiere a su conciencia, pues es capaz de adaptarla, de tal suerte que no solamente se traiciona así misma, sino que la combate, y a falta de testigos, apenas nos descubre algo de nosotros mismos.

Todos nos llevábamos las manos a la cabeza, en nuestra historia más reciente, por el secuestro y venta de niños de países subdesarrollados o desarrollados, que compraban las familias más pudientes, en aras a crearles un mejor estado de bienestar y una mejor educación o como mercancía de esclavitud, según los casos.

Cuando fue designado, tras un golpe de estado, con el título de Presidente, el General Videla (1976), en la que la represión llegó a extremos tales que los niños de los padres (asesinados o desaparecidos) fueron secuestrados y entregados a familias que con o sin su conocimiento de esa circunstancia, sirvieron para sustraerles su identidad, a pesar de que, en algunos casos, fueron cómplices de la muerte de sus progenitores biológicos, la conciencia de la gente parecía enloquecer de rabia y de impotencia.

Tenemos el vicio de mirar lo que está detrás de nosotros y no lo que está delante y así tengo una amarga sensación de que a nuestro país se le han amontonado todos los males juntos, de tal forma que, si nos faltaba algo verdaderamente horrendo, son las mafias organizadas de forma autónoma (sin relación entre ellas), que han sido copartícipes (presuntamente) de determinadas prácticas en la venta de niños.

Pero, lo que más daño hace y nos agita es que los miembros de estas mafias (pocos o muchos) pertenezcan a órdenes religiosas en connivencia con algunos sectores de la sanidad y muy probablemente ligados a su vez con sectores de la justicia que han estampado sus firmas y mirado hacia otro lado.

Ahora, al transcurso de los años, mientras esas madres que les arrebataron sus hijos diciéndoles que habían fallecido y sin dejarles la posibilidad de verlos muertos, ya que a las más afortunadas les mostraban un cadáver del frigorífico o una caja de zapatos, en la que aparecía no se sabe qué, envuelto en gasas ensangrentadas, que se han retorcido en el dolor, durante gran parte de la vida, buscan desesperadamente a su propia sangre como las abuelas de la Plaza de Mayo a sus nietos.

Mientras tanto los pocos imputados, que deberían odiarse al reconocerse, no sólo les falla la memoria sino que la conciencia les brida la lengua y jamás admitirán que han vendido niños, cual si se tratara de un artículo de mercado para obtener algún tipo de ganancia.

En cualquier caso, la casuística es tan amplia y la maraña de situaciones tan compleja que existen abismos muy inútiles que mejor haríamos en dejar de lado y limitar las actuaciones judiciales sobre aquellas personas, que han arrancado los hijos a sus madres, con actuaciones viles y cobardes en contra de la propia naturaleza.

De la misma forma, nunca puede ser considerado un niño adoptado (sea de familias desestructuradas españolas, de orfanatos chinos, rusos, de países de América latina, asiáticos o de cualquier lugar del mundo), con los niños robados, mediante la manipulación y la mentira con el lenguaje de los hábitos religiosos, la bata blanca o la toga.

La meritoria labor de los padres, que adoptan niños (a veces con muchas dificultades psíquicas, orgánicas o ambas a la vez), para proporcionarles una vida más confortable y en plenitud, merecen el mejor de los reconocimientos sociales por tan elevada altura moral, pero eso es otra cosa.

Artículo publicado en IDEAL EN CLASE: http://en-clase.ideal.es/index.php/noticias/actualidad/946-pedro-lopez-avila-la-venta-de-ninos.html

Asociación SOS Bebes Robados Cádiz


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7 comentarios:

Marinel dijo...

Es un tema que está conmocionando la sociedad,a todos.
Es absolutamente terrible el hecho en sí,pero lo es aún más el intercambio monetario, que se haga negocio con la vida un niño y que los daños colaterales,sean la destrucción parcial-por la ignorancia del momento-de la familia biológica.
Digo parcial,porque pensar que tu hijo ha muerto es terrible,pero después,cuando hayan tenido la certeza de que han sido otros quienes lo han criado y disfrutado...
Ufff
Para nada es lo mismo adoptar legalmente y por amor,que robar y negociar con la vida de un bebé.
Un beso.

José Lobato dijo...

Sí, Pedro, parece que se nos multiplican las escopetas nacionales. Es tristísimo, pero parece que a todas las plagas económicas hemos sabido unir otras miserias morales, que en el caso de nuestro país suelen venir envueltas en hábitos, uniformes o trajes de lujo. El país de Berlanga, la España carpetovetónica.

Desde Bonifacio VII hasta Sor María, pasando por los monjes de Eberbach, la historia de la Iglesia es algo espeluznante. Siempre hurgando en las miserias del prójimo para ganar prosélitos, siempre advenediza, siempre alineada con el poder.

La relación que guarda esta institución con los niños merece una reflexión. Nunca fue Dios más malinterpretado por los suyos que cuando dijo aquello de “dejad que los niños se acerquen a mí”. Aquí en Irlanda designaron hace algún tiempo una comisión para investigar los casos de abusos sistemáticos y organizados perpetrados por representantes eclesiásticos. En aquellos años entendimos hasta qué punto el abuso de menores era habitual en el clero y cómo estos abusos se realizaron en connivencia con las máximas autoridades de la institución.

Particularmente tétrico se me antoja el caso de las hermanas. Las historias acaecidas intramuros que hemos conocido a lo largo de los años revelan un mundo casi siempre sórdido y a menudo lúbrico. También en Irlanda filmaron hace unos años Las Hermanas de la Magdalena, un relato lóbrego de cómo las hermanas metían en cintura a chicas descarriadas según la moral de la época que ellas mismas se encargaban de definir y propagar entre sus padres. Al menos ellas se han redimido con sus primorosos roscos.

Un abrazo

Jesús Amaya dijo...

Gracias, Pedro, por tu reflexión.
Muchísimas gracias.
Jesús

andres rueda dijo...

Que verguenza, la protección y encubrimiento de la Iglesia, en un caso tan penoso,descomponiendo familias, y a la vez reibindicando estas...HIPOCRESÍA ¡¡¡¡ SEPULCROS BLANQUEADOS Y RAZA DE VÍBORAS.
Palabras de Jesucristo, echando del templo a los Fariseos.

Un abrazo amigo Pedro, y felicidades por tu buen Hacer.

Andrés.

Chary Herrera dijo...

Gracias Pedro por verlo igual que lo vemos las victimas y plasmarlo en tus reflexiones. Lo comparto en los grupos de afectados, un abrazo.
cadiz@sosbebesrobados.es
http://sosbebesrobadoscadiz.blogspot.com.es/

Chary Herrera dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Unknown dijo...

A veces me pregunto cómo se pueden cometer actos tan maléficos y continuar día a día, levantárse, desayunar, pasear, estar con la familia, los amigos, profesar un credo ...y mirarse al espejo sin un apíce de arrepentimiento