viernes, 13 de septiembre de 2013 | Por: Pedro López Ávila

MIS AMIGOS POLÍTICOS




Ideal
12 de septiembre de 2013

No soy yo de las personas que tenga muy acentuado el defecto de juzgar a los demás según sean mis creencias, como yo soy, o como interpreto el mundo. Tengo cierta facilidad en comprender modos de pensar y de sentir muy distintos a las míos y, por supuesto, formas de vida muy dispares a las que yo llevo. Incluso, tengo tendencia a entenderme mejor con los que son diferentes en sus ideologías que con los que encuentro ciertos parecidos en los principios. De ahí, que, afortunadamente, en el transcurso de mi vida haya mantenido muy buenas relaciones con muchos hombres y mujeres que han desarrollado la mayor parte de su vida dedicados a la cosa pública, aunque también he de decir que en otras épocas en que la sangre fluía con otra intensidad, es decir, en épocas más inexpertas de mi vida me costaba mucho depositar mi imaginación en el lugar de los otros.

Lo que sucede es que ha cambiado mucho el sentido de servicio público, en cuanto a la forma de entender este, pues hoy día importa más a nuestro pensamiento y a nuestras ideas lo que deseamos y nos sea más provechoso que de poner nuestro conocimiento y nuestra inteligencia al servicio de lo que verdaderamente creemos. Poco importa que se sirva o no a la verdad o como mínimo a lo prometido. Las ideas y las ideologías, que otrora conformaban las conciencias hoy se empujan entren sí, según el viento sople de poniente o levante como las olas. No importa desdecirse cuantas veces sean necesarias desde las cúpulas de los partidos, ya que los militantes y adeptos sólo deben seguir la marcha común de socorrer a sus jefes, aunque sea a base de mentiras. Claro que, como yo siempre estuve en contra de esto, me he llevado más de un sopapo que me han creado algunas averías en el alma difíciles de reparar con mis amigos políticos.

El celo por el puesto, el temor a perder las alharacas públicas de los ignorantes y los privilegios que se obtienen en las ocupaciones de cargos, empuja a nuestros rectores a que ante los desacuerdos o la crítica (provengan de donde provengan) les genere un odio furioso y demente tan desmedido y enfermizo que llegan a un estado de ceguera y atontamiento que no les permiten distinguir posibles cualidades loables que pudieran tener sus adversarios o los que opinan de manera diferente.

Así las cosas, me quedé desde hace mucho sin aquellos amigos desde el instante en que asumieron cargos y se transmutaron y se transustanciaron en nuevos seres. En resumidas cuentas, por estas experiencias poco leales, en la actualidad tengo una tendencia natural a rechazar con todas mis fuerzas esas afinidades a cabezas enfermas, para no dejarme llevar o manejar. Entiendo que de esta forma me ajusto mejor a justificar o fundamentar tanto los acontecimientos contrarios a mis pensamientos como a los más afines. Y por esa circunstancia, también, pienso que es más interesante ordenar mi vida doméstica familiar, que ya es bastante, y mantener una militancia vigilante a las ideas sin dejarme llevar por los embaucamientos. Naturalmente, que para llegar a estas conclusiones, sólo hay que tener cuarto y mitad de paciencia para darse cuenta de que los que mienten no es porque les falle la memoria, sino porque ven peligrar sus intereses, aun cuando hipotequen sus conciencias y sus voluntades.

Pero, como el tiempo es tan corto y se precipita con tanta rapidez, con medio kilo más de paciencia, uno debe esperar a los periodos electorales con el objeto de corroborar como aquellos amigos que en su día extendieron su cólera y su odio sobre mis procederes y opiniones de los asuntos públicos, cuando ocupaban invisibles responsabilidades, vuelven a fingir su amistad de la que hacían gala (en una especie de reconquista de principios) con su primitivo rostro farisaico de redentoristas. Claro está que, cuando llegan a perder sus privilegios de clase política y vuelven a sus antiguas ocupaciones (los que las tengan), aquellas conductas, programadas exclusivamente para socorrer los intereses de personajes infectos, se colocan al abrigo de los que puedan reportarles nuevamente beneficios que les recompensen lo mal que lo han hecho, pero con la carta de presentación de haber sido «servidores públicos» que, a fin de cuentas, en una sociedad tan rastrera como la nuestra les abre más puertas de las que debieran.

Hoy, cuando la vida se estrecha, huyo de las discusiones contenciosas y de los asuntos dudosos de mis amigos políticos, pues me exige demasiado esfuerzo y dureza comprender sus comportamientos y sus estrategias. No me meto en nada, salvo en los temas que pueda tratar con emoción. Huyo de la tormenta desde más lejos y procuro esquivar los golpes de los que se llenan de espanto cuando observan que presto la misma atención al progreso material que al espiritual.

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