martes, 4 de febrero de 2014 | Por: Pedro López Ávila

EDUCACIÓN, MORAL Y FAMILIA


Antonio Guzmán Capel - www.galeriadeartelazubia.com

Estimo que desde nuestra más tierna infancia nuestra educación ha estado muy mediatizada por conductas, basadas en la costumbre, en la que nuestros vicios forman parte -yo diría que de manera congénita- de un mundo basado en el engaño, la malicia la trampa y la deslealtad.

Así, nos encontramos con que en nuestra civilización occidental estas males artes, en vez de ir corrigiéndose como parece que la propia naturaleza y el conocimiento nos dice, han tomado derroteros cada vez más enrevesados hasta convertirse en semilleros y raíces de crueldad.

Me viene a la memoria que, cuando aún éramos muy niños, en los trueque que hacíamos entre amigos con cromos de los futbolistas, o con las cajetillas de cerillas, o en el juego a las canicas (por decir algunas de las diversiones o juegos de la época), nuestros padres mantenían una cierta complicidad con nuestras conductas, aun a sabiendas de que pudiéramos haber cometido algún engaño con el amigo o compañero.

Estas inclinaciones, que al parecer eran asumidas con absoluta normalidad han conformado una educación muy peligrosa, pues además siempre han sido justificadas con cierta ligereza por la debilidad de la edad y como un signo de inteligencia del sujeto.

Sin embargo, nunca hemos reparado en que la fealdad del engaño no depende de cambiar un cromo por cincuenta, haciéndole ver al amigo que el cromo que poseíamos era irrepetible, no siendo verdad en absoluto, sino porque la fealdad del engaño reside en el propio engaño.

La conclusión es la misma: si hemos aprendido desde pequeños estas maneras de vivir, de mayores habremos aprendido a cambiar los dólares por euros, o los francos suizos por dólares australianos, o los dólares por petróleo, o el trigo (a los más necesitados) por hambre. Y lo que es peor, jactarse de engañar al erario público como virtud que emana de nuestro talento.

Estamos muy precisados de que se produzca un cambio radical en nuestras mentalidades, primero desde la familia y después desde la propia escuela, para enseñar cuidadosamente a los niños a odiar la mentira, la trampa y la artimaña, no sólo por tendencia propia y natural, sino también para ir ganando terreno a la moral imperante.

A estas calamitosas prácticas debemos ir poniéndole freno, para que los niños del futuro no las alberguen en sus corazones, pues de lo contrario veremos aparecer cada vez con más fuerza la tiranía, la traición y hasta la propia deslealtad hacia los progenitores y los maestros. No dejemos que la educación de nuestros hijos se vea contagiada por las malas costumbres o por los malos medios que irradian los nuevos modelos sociales. La familia debe comprender que estas formas de vida violentan a la escuela.

Nada me importa hablar de la utopía, que tiene sentido propio en otra civilizaciones, si bien cada vez tiene menos defensores en un mundo globalizado en el que hemos sustituido la educación, el conocimiento, la solidaridad y la bondad (basadas en normas de la propia naturaleza) por el confort de nuestra existencia a costa de lo que sea.

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2 comentarios:

Marinel dijo...

Tienes razón, absoluta y totalmente.
En la infancia es cuando hay que sentar las bases para el futuro de esa persona y por consiguiente, el de su entorno, tanto próximo como no, porque sus actos se proyectarán, su forma de ser, le hará actuar de una manera u otra y no sólo en su propio beneficio.
Son la esperanza que nos queda y en ellos debemos poner todo nuestro esfuerzo, mente y corazón.
Besos.

Raimundo dijo...

Una vez más un analisis perfecto de donde está la raiz del problema, si no educamos a los hijos ya se sabe "de aquellos polvos, estos lodos",me parece que la mejor inversión es la educación y la unica que podrá librarnos de esos males, la conjunción de la familia, la escuela y la verdad.
Animo amigo acierto pleno. Un abrazo Raimundo