jueves, 27 de febrero de 2014 | Por: Pedro López Ávila

UN EURODIPUTADO


Me llega un vídeo de YouTube, de esos que nos reenviamos los amigos que versan sobre muy diversos contenidos. En este caso se trata de la intervención del eurodiputado Godfrey Bloom, el pasado 21 de noviembre en Estrasburgo. En el espacio de un minuto les dice a sus colegas de escaño entre otras cosas que "los impuestos son tan sólo un sistema que sirve para que los políticos y burócratas reciban el dinero de los ciudadanos y lo dilapiden de la manera más vergonzosa". Acusa, igualmente, a toda la cámara de que los diputados del parlamento europeo son las grandes evasores de impuestos, y luego se sientan en sus escaños a pontificar. Para terminar diciendo que la gente los va colgar a todos y tendrán razón.

Me da mí que, aún teniendo razón en su parlamento el Sr Bloom sobre las ventajas fiscales y de otros tipos de las que gozan los parlamentarios europeos y nacionales no son las mismas que las que pueda tener el resto la ciudadanía, sin embargo, no debe estar muy en contra de un mundo globalizado y de las concepciones más liberales del capitalismo Pero eso no tiene nada que ver con que el estado o los estados no tengan que recaudar impuestos, que redunden en beneficio de los más desprotegidos sean europeos, africanos o de cualquier otro continente. Me parece a mí que de lo contrario estaríamos siempre mirando lo que hay bajo nuestros pies.

De hecho los países tercermundistas cada vez padecen más calamidades, más miserias, más persecuciones políticas, más enfermedades y la injusticia social se ha instalado en ellos como una plaga de la que difícilmente podrán salir.

En una ocasión le preguntaron a Sócrates que dónde era y cuando todo el mundo esperaba que dijera de Atenas, respondió que él era ciudadano del mundo. Claro, que Sócrates con esa respuesta de abarcar al mundo como si fuera su ciudad, no estaba pensando desde el punto de vista de globalización económica, sino que significaba llevar sus conocimientos, su trato, su solidaridad y sus afectos a todo el género humano.

Digo yo que el Sr Bloom, gran escéptico de la eurozona, hubiera sido más coherente en su impecable discurso en contra de sus colegas, si hubiera finalizado su corta y magnífica exposición, manifestando sus deseos de que todos esos defraudadores (burócratas y políticos) y que dilapidan el dinero recaudado a los ciudadanos, independientemente de ir a la cárcel, se lo deberían hacer devolver a sus destinatarios finales, que no son, sino a quienes les graniza encima, pero, claro, estos en su ignorancia creen que es el universo el que está en tempestad y tormenta.

Pero no se preocupe, Sr. Bloom, que aquí ya no se ahorca a nadie, para eso se han inventado un sistema que dicen ustedes que representa a los pueblos y han legislado de tal forma que reclamemos lo que reclamemos, aunque esté en la esencia de las propias leyes, ya se encargará la justicia de acomodarlo todo a los intereses exclusivos de sus señorías, incluido, cómo no, a usted.

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miércoles, 19 de febrero de 2014 | Por: Pedro López Ávila

LOS DESAHUCIOS


Me dirigía el pasado mes de enero, en un día lluvioso, caminando por La Gran vía de Colón, hacia la Delegación de Educación, cuando me encontré repentinamente con algo más de medio centenar de manifestantes frente a una entidad bancaria y unos cuantos furgones de antidisturbios que estaban aparcados a ambos lados de la calle.

Evidentemente, los policías estaban expectantes ante los gritos reivindicatorios. La curiosidad hizo que me detuviera para conocer cuáles eran sus peticiones.

Antes de llegar a acercarme al grupo, pude entender con claridad que uno de ellos, altavoz en mano, proclamaba con voz grave y en forma de letanía "nosotros tenemos la solución" al que el grupo coral de los reclamantes respondía: "banqueros a prisión". Proliferaban los distintivos de "STOP DESAHUCIOS" en las solapas y bocamangas de los manifestantes humedecidos por el aguacero que estaban sufriendo estoicamente.

La gente pasaba impertérrita, con cierta indiferencia, pues al parecer esto no iba con ellos, ni seguramente afectaba en exceso al manejo diario y mecánico de su cuchara ni a sus techos donde se cobijaban.

Mi curiosidad llegó más lejos y pregunte a uno cualquiera si entre ellos se encontraba algún representante político o quizá sindical a lo que, con gesto esquivo y retraído, me respondió de forma taxativa: "que yo sepa no, pero para qué los queremos aquí".

Conforme me iba retirando me encontré de frente con la mirada de un policía de una complexión física desmesurada, pero que me pareció que tenía el juicio y el corazón tan ordenados, que intuí en sus ojos cómo la conmiseración era el reflejo de un alma desolada, pero que el deber le hacía estar al otro lado de la acera.

No quisiera yo que se me entendiera que nado y guardo la ropa, que es una forma de quedar bien. Si dijera que el problema de los desahucios es un problema que se resuelva con facilidad; estaría faltando a la verdad y saltándome por alto las más elementales normas del derecho internacional, pues ha habido gente en España que ha atado conscientemente su destino a su hipoteca o hipotecas de forma especulativa.

Empero, no debemos olvidar que en la crisis económica (en principio financiera), provocada por la banca, los gobiernos acudieron en su auxilio con toda celeridad, inyectando descomunales cantidades de euros para su saneamiento, lo que en términos eufemísticos, denominaron reestructuración bancaria y que tendremos que pagar entre todos.

Por consiguiente, si alguien no puede pagar su hipoteca, porque la habilidad de unos se ha apoderado de los euros del vecino y además lo ha dejado sin trabajo, España podría perder su soberanía nacional, siguiendo los mismos argumentos que sigue la banca para los desahuciados, pues el aumento de su deuda crece y crece hasta alcanzar hitos históricos, con una deuda pública que equivale al 100% de su producto interior bruto, que no sabemos si podría llegar a pagarse algún día.

En estos momentos penosos de nuestra historia hay que tomar partido. La población no puede guardar silencio ante el hambre o los desahucios de los otros. Hay que tener corazón, porque el hambre o el verse en la calle no es una cuestión, cuya defensa se corresponda ni con ideologías ni con partidos, es cuestión de justicia y de humanidad.

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domingo, 9 de febrero de 2014 | Por: Pedro López Ávila

PROBLEMAS EXISTENCIALES DEL HOMBRE ACTUAL



No es casualidad que en épocas en que las sociedades entran en crisis culturales, ideológicas o económicas a lo largo de su historia, se produzcan al unísono inquietudes existenciales y se persigan espacios que den cabida a teorías relacionadas con la búsqueda de salidas a los males que aquejan al hombre ante su malestar vital, tanto desde el punto de vista científico, cuanto religioso; incluso, teorías relacionadas con mundos de la superchería.

En estos momentos de nuestra historia más actual, cuando la contemplación del dolor y de la pobreza se nos acercan a nuestra mirada, ya sin la distancia del tiempo o del espacio, parece que se separan algo más nuestros espíritus de nuestros cuerpos o nuestras mentes de nuestros cuerpos. Y es precisamente ante estas circunstancias donde encuentra una mayor cabida la reflexión sobre el sentido de la existencia del hombre y su finalidad en este mundo, que no ha sido otra al transcurso de los tiempos que la búsqueda de la felicidad en la tierra o el consuelo de la eternidad ante la muerte. Siguiendo, por supuesto, distintas teorías o creencias se intenta predicar a la gente a no temer a morir para siempre.

En tales condiciones es fácil dejarse llevar por unos u otros, sabiendo que nuestro subconsciente es inmortal. De lo contrario ¿quién escucharía a aquel que estableciera como último fin nuestras desgracias y desventuras?

Hoy día, por ejemplo, proliferan una serie de pseudofísicos o aficionadillos al misterio del hombre, que difunden sus ideas a través de Internet de aquella manera. A veces, apoyándose en la física cuántica, nos hablan con tan temeraria naturalidad sobre los protones, neutrinos o el quantum, que me produce un profundo repelús. Siempre con el sello seductor de provocar en nuestras vidas, a la vez que cierto estado de perplejidad, una especie de dulce tranquilidad ante los aguijones de la muerte.

Vaya por delante mi admiración y máximo respeto a los científicos que se ocupan de la física cuántica. No seré yo tan inepto como para negar los principios, descubrimientos o avances vertiginosos de esta rama de la ciencia en nuestros días, pero a su vez he de reconocer mi incapacidad absoluta para comprender algo tan complejo que se me hace difícil poder asimilar- desde mi limitado conocimiento- en este campo del saber; pero, digo yo, que la física cuántica no tendrá nada que ver con la existencia o no existencia de Dios.

De la misma manera, nos encontramos con legiones de predicadores de tabernas que, burlándose de la razón, disparatan y contradicen atropelladamente sus propios argumentos para fundamentar con enorme torpeza sus creencias. En el fondo, sus prédicas no son más que un gazpacho de distintas doctrinas próximas a los panteístas, a los tibetanos, a los budistas y no sé cuántas más, que parecen apuntar más a nuestro contento que a la razón y a la experiencia.

Todo esto mezclado en un totum revolutum: experiencias de laboratorio de la propia física cuántica, relacionándolas con la existencia de otras formas de vida en el universo de inteligencia muy superior a la nuestra, y que llegan a alcanzar su máxima expresión con teorías tan disparatadas, a mi parecer, al identificar a grandes genios de la humanidad con seres provenientes de otros lugares del universo. Es más, gran parte de la población está convencida de que los alienígenas conviven con nosotros, los ancestrales no se sabe dónde están (para eso son ancestrales) y además fueron aquellos los que construyeron las Pirámides de Egipto..

Estas situaciones son aderezadas con reportajes de imágenes televisivas de otras galaxias, con el objetivo de que todo parezca más real, sin que percibamos un cuidadoso sentido sensacionalista, manejado a través de preguntas retóricas. Vamos, como si se nos estuviera ocultando algo intencionadamente que formaría parte de una propaganda gubernamental interesada en no sé qué.

Cuando uno por naturaleza es escéptico, corre el riesgo de que "le caiga la del pulpo" ante el personal. Si bien siempre queda el consuelo como diría Machado en su Juan de Mairena de que "el hombre es un animal extraño que necesita justificar su existencia con la posesión de alguna verdad absoluta".

Sin embargo, para toda esta gente que buscan interrogantes sobre la existencia humana, que se atiborran de doctrinas y tesis extrañas, sin ninguna evidencia científica contrastada (por el momento), me conduce de nuevo a recurrir a Machado en su Juan de Mairena cuando dice: "Dios no se tomó el trabajo de hacer nada, porque nada tenía que hacer antes de su creación definitiva. Lo que pasó, sencillamente, fue que Dios vio el Caos, lo encontró bien y dijo: te llamarás mundo. Eso es todo".

Estamos cambiando nuestra cultura, nuestro pensamiento occidental y nuestra historia, para dejarnos persuadir sin resistencia por la manipulación estructurada de los que hacen negocio distrayendo a almas debilitadas por la ignorancia y el hambre, hasta generar la duda de si los que nos manejan son las grandes corporaciones o los alienígenas.

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martes, 4 de febrero de 2014 | Por: Pedro López Ávila

EDUCACIÓN, MORAL Y FAMILIA


Antonio Guzmán Capel - www.galeriadeartelazubia.com

Estimo que desde nuestra más tierna infancia nuestra educación ha estado muy mediatizada por conductas, basadas en la costumbre, en la que nuestros vicios forman parte -yo diría que de manera congénita- de un mundo basado en el engaño, la malicia la trampa y la deslealtad.

Así, nos encontramos con que en nuestra civilización occidental estas males artes, en vez de ir corrigiéndose como parece que la propia naturaleza y el conocimiento nos dice, han tomado derroteros cada vez más enrevesados hasta convertirse en semilleros y raíces de crueldad.

Me viene a la memoria que, cuando aún éramos muy niños, en los trueque que hacíamos entre amigos con cromos de los futbolistas, o con las cajetillas de cerillas, o en el juego a las canicas (por decir algunas de las diversiones o juegos de la época), nuestros padres mantenían una cierta complicidad con nuestras conductas, aun a sabiendas de que pudiéramos haber cometido algún engaño con el amigo o compañero.

Estas inclinaciones, que al parecer eran asumidas con absoluta normalidad han conformado una educación muy peligrosa, pues además siempre han sido justificadas con cierta ligereza por la debilidad de la edad y como un signo de inteligencia del sujeto.

Sin embargo, nunca hemos reparado en que la fealdad del engaño no depende de cambiar un cromo por cincuenta, haciéndole ver al amigo que el cromo que poseíamos era irrepetible, no siendo verdad en absoluto, sino porque la fealdad del engaño reside en el propio engaño.

La conclusión es la misma: si hemos aprendido desde pequeños estas maneras de vivir, de mayores habremos aprendido a cambiar los dólares por euros, o los francos suizos por dólares australianos, o los dólares por petróleo, o el trigo (a los más necesitados) por hambre. Y lo que es peor, jactarse de engañar al erario público como virtud que emana de nuestro talento.

Estamos muy precisados de que se produzca un cambio radical en nuestras mentalidades, primero desde la familia y después desde la propia escuela, para enseñar cuidadosamente a los niños a odiar la mentira, la trampa y la artimaña, no sólo por tendencia propia y natural, sino también para ir ganando terreno a la moral imperante.

A estas calamitosas prácticas debemos ir poniéndole freno, para que los niños del futuro no las alberguen en sus corazones, pues de lo contrario veremos aparecer cada vez con más fuerza la tiranía, la traición y hasta la propia deslealtad hacia los progenitores y los maestros. No dejemos que la educación de nuestros hijos se vea contagiada por las malas costumbres o por los malos medios que irradian los nuevos modelos sociales. La familia debe comprender que estas formas de vida violentan a la escuela.

Nada me importa hablar de la utopía, que tiene sentido propio en otra civilizaciones, si bien cada vez tiene menos defensores en un mundo globalizado en el que hemos sustituido la educación, el conocimiento, la solidaridad y la bondad (basadas en normas de la propia naturaleza) por el confort de nuestra existencia a costa de lo que sea.

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