lunes, 7 de diciembre de 2015 | Por: Pedro López Ávila

PEDRO ROLDÁN

Pedro Roldán - www.mileniumgallery.com
Nunca tendremos claro si el simple paso de la realidad al misterio, en la obra de Pedro Roldán, es evolución espiritual, progreso intelectual o ambas cosas a la vez. El caso es que cuando vemos los paisajes de  Roldán, salimos hacia un mundo  que vivifica nuestros espíritus fatigados por el brutal culto que se rinde a la más absoluta vulgaridad. 
La obra de Roldán es, en cierto modo, un renacimiento, que provoca en el espectador una liberación ante el modo de vivir tan aprisa y tan materialmente. La obra de Roldán es el homenaje a la naturaleza frente al asfalto, al apremio a la belleza frente a los edificios que no nos dejan ver el centellear de las estrellas; a la evocación de lugares por los que tan sólo transitan el sigilo del sueño y la fantasía, a detenidas arboledas reflejadas en el lago, a hojas otoñales liberadas de la esclavitud de las ramas, al misterio de límpidas aguas triunfantes detenidas en el lienzo de  un tiempo sin tiempo o, quizá, al retorno a la mirada que pretende perderse en la profundidad del azul.
Cuando vemos estas obras en compañía del autor, y le oímos explicar sus propósitos, sus sensaciones y sus  ensoñaciones (cuasi místicas), sus especulaciones transcendentales, su lenguaje en el ritmo sin fin de los colores en sus complejidades combinatorias, algo se revela en el que contempla: se siente el misterio.
Y es que el elemento fundamental sobre el que se sustenta la obra de Pedro Roldán gira alrededor de su propia intimidad y cuyas fuentes están lejos de su mirada, en algo intangible: en el halo multiforme del  amanecer o del atardecer, en los que la naturaleza y el artista respiran al unísono.
Por esto, parece milagroso e incomprensible que el trabajo concienzudo, paciente y lento de nuestro autor se sedimente en ideas azarosamente nacidas de sensaciones grabadas en determinados momentos de su vida, quedando tan bien guardadas en su memoria que, más adelante, le permiten ser expresadas plásticamente en la más sutil de las perfecciones.

Cualquiera que se acerque a la obra de Roldán constatará que es un maestro del dibujo, siguiendo la normativa clásica; antes bien, cuando  se deja dominar por el sortilegio del color, su imaginación  no encuentra límites, hasta tal punto, que en algunos planos de su obra podemos encontrar el informalismo de las abstracciones tan perfectamente armonizadas que llega un momento en el que el receptor no contempla, sino que vive  dominado por el hechizo que envuelve a sus paisajes.
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