viernes, 6 de agosto de 2010 | Por: Pedro López Ávila

EL IMPRESIONISMO DE ANDRÉS RUEDA

En una visita realizada a la ciudad de Cáceres, en las afueras, en un pueblecito cercano,  en un museo de arte contemporáneo de cuyo nombre no es que no quiera acordarme, es que, sinceramente, no me acuerdo, había una leyenda que decía: “la vida es opresión y el arte la mistificación y la ilustración de la opresión”.

Son auténticas legiones de expositores los que invaden las galerías para presentarnos sus obras y no conozco a ningún crítico que ponga mal al expositor, por lo que habrá que asumir que a lo más que se puede aspirar es encontrar a alguien a quien lo pongan menos bien que a los demás Eso sí, después de redactar una página en la que se nos asegura el excelso índice de calidad alcanzado por el artista, cuando este gira la cabeza, las maldades de los críticos afloran de forma impía. No digamos entre los propios colegas de profesión.

Digo esto, porque no tengo que cumplir ninguna misión al hablar de Andrés Rueda, ni soy crítico de arte, ni busco recompensa alguna, ni siquiera lo conozco personalmente; tan sólo voy a intentar describir las aportaciones que me han provocado el color y la forma de su pintura, nuevas, al menos para mí, como una fresca aurora.

Cuando se cuenta con talento, vocación, facultades y un perfecto dominio de las nuevas tecnologías, como soporte de incorporación de hallazgos originales, que mejoran otros procedimientos convencionales, el resultado no puede ser otro que encontrarnos con algo más profundo que la imagen visual: la percepción de lo permanente, que es lo que subyace   en la pintura  de Andrés Rueda.

Cezanne pensaba que “cuando el color estaba plenamente conseguido, la forma alcanzaba también su plenitud”. En  este sentido,  Andrés Rueda nos atrapa en un mudo reflejado de colores, profundo e inmutable de la naturaleza o de la fisonomía urbana, en donde la exacta relación de los valores cromáticos, su organización y su perfecta sincronización dan como resultado que, ahora, La Playa de la Concha me parezca diferente a cuando me encontraba junto a ella.

La percepción sensorial de sus acrílicos, sus tonos calientes, que producen una mayor sensación de relieve, esfumados a veces en la niebla, sin disimular la pincelada ancha, nerviosa y emotiva, junto a la textura de sus materiales granulados (que pacientemente va buscando), para asomar la luz desde la sombra y consiguir que cuando vemos el paisaje cotidiano (urbano o naturaleza de árboles, remedando un follaje lineal ) los veamos con los ojos ocultos deAndrés Rueda.
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