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Manuel Barahona - Quemando Sarmientos - www.galeriadeartelazubia.com |
Cada uno tiene sus propias sensaciones que surgen en un determinado momento de la vida, que aparecen en la conciencia, sin que sea necesario que les demos nuestro consentimiento y heme aquí, que estoy atravesando un momento en el que estoy llegando al final de un trayecto y estoy harto.
Estoy harto de haber estado persiguiendo continuamente el futuro (que es a lo que nos enseñaron) y no haber aprendido a valorar lo que somos más de lo que seremos, incluso bastante menos de lo que hemos sido; y es más, intentar ser ejemplo ante los demás, como una forma de inmortalidad, para que alguien continúe nuestra obra o siga nuestros pasos, que no sabemos siquiera con certeza cuáles son o han sido.
Estoy harto de la gente, de observar a hombres y a mujeres que se creen felices, que se sienten felices, en plena libertad, sintiendo veneración por la herencia recibida y, sin embargo; se encogen de hombros, son sumisos, acatan la costumbre sin rechistar y, a veces, ponen la mano para que escupa el suegro o el político de guardia.
Estoy harto de cruzarme con miradas perdidas que parecen inventarse desgracias o sentimientos placenteros, que quieren engañar al alma, sin haber alcanzado jamás un fin que las sustente.
Estoy harto de los pataleos, de culpar a los demás de nuestros infortunios o de nuestros vicios y nunca poner de manifiesto nuestra propia insensatez.
Estoy harto de correos electrónicos, de mi blog, de Internet, del Ipod, del Iphone, porque vienen disfrazados de progreso, de formación, de cultura, de verdad compartida y de la que no se liberan ni los filósofos.
Estoy harto de oír de los pactos fiscales de la eurozona, en los que nadie se fía de nadie y en las que las últimas obligaciones, a la chita callando, suponen la bota de la autoridad sobre la ignorancia adormecida de los pueblos.
Estoy harto del dax, del euro/dólar, del s&p500, del Dow Jones, del petróleo..., que la mayoría de la población no saben lo que significa, los que lo saben desconocen sus consecuencias y los que lo manipulan son los que han desbordado el siglo refinadamente para instaurar la mentira, la traición, la avaricia, la crueldad y la adversidad, y los palos sobre los más débiles.
Estas goteras del alma me corroen cada día un poquito más; es una molestia diaria, cuando miro a mi alrededor y observo que se mide mejor la verbosidad que el comportamiento, el gruñido que la templanza, el burdel que el templo, lo útil que lo honrado, los oficios abyectos (que dicen necesarios) que los que trabajan sin interés propio alguno.
Casi nadie advierte cambio alguno en su estado ordinario, nos hemos hecho inmunes a la miseria, a la pobreza y a la indigencia desde el horror de la mentira.
Todo esto que tendría que parecer extraño no lo es, y no lo es por la fuerza de la costumbre, que tanto embrutece a nuestros sentidos. Si uno fuera en calzoncillos largos a trabajar nos parecería extraño, no sólo por estar en desuso tan abrigada prenda interior, sino porque iría en contra de la costumbre, pero si todos actuáramos de la misma manera, durante un tiempo, nadie se sorprendería, Nos habríamos familiarizado con tal vestimenta que no sería molestia alguna para los ojos.
De la misma manera, estimo que la educación principal de nuestra infancia se halla en manos de las grandes corporaciones que irradian modelos de prestigio social y económico (que reproducen la escuela, los padres y los gobiernos), basados fundamentalmente en atender al instinto hedonista y acumulativo, antes que al sentimiento. Esa es, precisamente, la costumbre, o la moral de nuestros días.
De ahí, ese hartazgo insolidario y avieso que siento hacia los vanidosos, hacia los chabacanos, hacia las masas indiferentes, triviales y distraídas, hacia los transeúntes que vegetan por las calles con la mirada puesta en las vitrinas de los comercios, hacia los negocios que atentan contra la vida y la naturaleza humana. En fin, me quedo solo.
En Juan de Mairena de A. Machado se dice: El hombre ha venido al mundo a pelear. Es uno de los dogmas esencialmente paganos de nuestro siglo -decía Juan de Mairena a sus discípulos.
-¿Y si vuelve el Cristo, maestro?
-Ah, entonces se armaría la de Dios es Cristo.
Estoy harto de haber estado persiguiendo continuamente el futuro (que es a lo que nos enseñaron) y no haber aprendido a valorar lo que somos más de lo que seremos, incluso bastante menos de lo que hemos sido; y es más, intentar ser ejemplo ante los demás, como una forma de inmortalidad, para que alguien continúe nuestra obra o siga nuestros pasos, que no sabemos siquiera con certeza cuáles son o han sido.
Estoy harto de la gente, de observar a hombres y a mujeres que se creen felices, que se sienten felices, en plena libertad, sintiendo veneración por la herencia recibida y, sin embargo; se encogen de hombros, son sumisos, acatan la costumbre sin rechistar y, a veces, ponen la mano para que escupa el suegro o el político de guardia.
Estoy harto de cruzarme con miradas perdidas que parecen inventarse desgracias o sentimientos placenteros, que quieren engañar al alma, sin haber alcanzado jamás un fin que las sustente.
Estoy harto de los pataleos, de culpar a los demás de nuestros infortunios o de nuestros vicios y nunca poner de manifiesto nuestra propia insensatez.
Estoy harto de correos electrónicos, de mi blog, de Internet, del Ipod, del Iphone, porque vienen disfrazados de progreso, de formación, de cultura, de verdad compartida y de la que no se liberan ni los filósofos.
Estoy harto de oír de los pactos fiscales de la eurozona, en los que nadie se fía de nadie y en las que las últimas obligaciones, a la chita callando, suponen la bota de la autoridad sobre la ignorancia adormecida de los pueblos.
Estoy harto del dax, del euro/dólar, del s&p500, del Dow Jones, del petróleo..., que la mayoría de la población no saben lo que significa, los que lo saben desconocen sus consecuencias y los que lo manipulan son los que han desbordado el siglo refinadamente para instaurar la mentira, la traición, la avaricia, la crueldad y la adversidad, y los palos sobre los más débiles.
Estas goteras del alma me corroen cada día un poquito más; es una molestia diaria, cuando miro a mi alrededor y observo que se mide mejor la verbosidad que el comportamiento, el gruñido que la templanza, el burdel que el templo, lo útil que lo honrado, los oficios abyectos (que dicen necesarios) que los que trabajan sin interés propio alguno.
Casi nadie advierte cambio alguno en su estado ordinario, nos hemos hecho inmunes a la miseria, a la pobreza y a la indigencia desde el horror de la mentira.
Todo esto que tendría que parecer extraño no lo es, y no lo es por la fuerza de la costumbre, que tanto embrutece a nuestros sentidos. Si uno fuera en calzoncillos largos a trabajar nos parecería extraño, no sólo por estar en desuso tan abrigada prenda interior, sino porque iría en contra de la costumbre, pero si todos actuáramos de la misma manera, durante un tiempo, nadie se sorprendería, Nos habríamos familiarizado con tal vestimenta que no sería molestia alguna para los ojos.
De la misma manera, estimo que la educación principal de nuestra infancia se halla en manos de las grandes corporaciones que irradian modelos de prestigio social y económico (que reproducen la escuela, los padres y los gobiernos), basados fundamentalmente en atender al instinto hedonista y acumulativo, antes que al sentimiento. Esa es, precisamente, la costumbre, o la moral de nuestros días.
De ahí, ese hartazgo insolidario y avieso que siento hacia los vanidosos, hacia los chabacanos, hacia las masas indiferentes, triviales y distraídas, hacia los transeúntes que vegetan por las calles con la mirada puesta en las vitrinas de los comercios, hacia los negocios que atentan contra la vida y la naturaleza humana. En fin, me quedo solo.
En Juan de Mairena de A. Machado se dice: El hombre ha venido al mundo a pelear. Es uno de los dogmas esencialmente paganos de nuestro siglo -decía Juan de Mairena a sus discípulos.
-¿Y si vuelve el Cristo, maestro?
-Ah, entonces se armaría la de Dios es Cristo.