sábado, 28 de abril de 2012 | Por: Pedro López Ávila

COMENTARIO SOBRE "CUADERNO DEL IMPOSTOR"


Durante la presentación

José Lobato leyendo uno de sus poemas

El pasado jueves fue presentado el poemario "Cuaderno del Impostor" de José Lobato en el marco de actividades programadas por la Feria del Libro de Granada. El libro nos trae una amplia gama temática y un incitante espacio para la reflexión. Se presenta estructurado en tres partes: " luz por llegar", "Epifanía" y " "el ángel soñado". Se trata de una poética que se asoma a distintas tendencias, temáticas y estilos, confiando el autor, casi de forma exclusiva, en las estrictas disciplina del lenguaje, que maneja de manera magistral, como elemento liberador que le permite redimirse, mediante la explicación de lo intimo, del dolor que le provoca el paso del tiempo, el extrañamiento, el recuerdo, el alejamiento , la separación y la soledad y que se elevan como protagonista no retóricos.

En la primera parte, luz por llegar, el autor nos muestra un irrefrenable anhelo, que raya el misticismo, por encontrar su alma, a través de la inteligencia, en un incesante peregrinar que le permita encontrar la esencia de su verdadero ser, en el paso que va de lo sensible a lo inteligible, así como una cierta atrición por no haber llevado una vida más auténtica, sino haberla vivido en su remedo o apariencia y sentirse rehén de sus propios hechizos.

En la segunda parte, "epifanía", hay un claro descenso desde la transcendencia a lo estrictamente personal y autobiográfico, un repliegue hacia lo privado, un repliegue hacia la narratividad cotidiana, sin pretensiones de objetividad, en el que el yo lírico se asoma arrojado al tiempo contra la amenaza del recuerdo, la memoria y el deseo; a la vez que nos muestra su dolor por la desvinculación con la persona amada de manera definitiva, sin solución como una despedida sin retorno, pero ahora con un lenguaje más cercano y familiar.

En la tercera parte, "el ángel soñado", José lobato, con los cimientos sólidos del recuerdo en la memoria amorosa, los toma como elemento de resistencia frente al poder destructivo del tiempo y como ingrediente fundamental en la construcción de nuevas o antiguas emociones que recrea en consumación de experiencia carnal, que pueden ser muchas cosas, pero en ningún caso, una simple circunstancia biográfica, referida con inmediatez o simpleza.

Un espacio de duras aristas y un tiempo esquivo se asoman a este poemario, pero también hay en estos versos la presencia afable de una voz que quiere refundar un mundo, donde el dolor quede conjurado, donde el espacio no quede interrumpido y donde el tiempo no dicte condena.

Para ver un poema de este libro pincha AQUÍ

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lunes, 23 de abril de 2012 | Por: Pedro López Ávila

"CUADERNO DEL IMPOSTOR"




El Próximo día 26, jueves, se presentará el poemario Cuaderno del Impostor de José Lobato en el Edificio Zaida. Fundación de la Caja Rural (Puerta Real) a las 20.30h. El acto está programado dentro de las actividades de la Feria del Libro y cuya presentación correrá a cargo de Pedro López Ávila. Más adelante realizaré en este mismo blog un comentario crítico de este magnífico libro de poemas.

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martes, 10 de abril de 2012 | Por: Pedro López Ávila

LA OBRA DE ARTE. ANDRÉS RUEDA



Nunca he pretendido ser crítico de arte, aunque algunos se extrañen de mi osadía al ver como realizo algunos comentarios pictóricos sobre distintos autores, pero también es verdad que siempre he pensado que cada cual está de algún modo en su obra.

Ya sé que la obra del pintor, como la del músico, literato o escultor es plurisignificativa y que los críticos, según me comentaba un virtuoso pintor, son los encargados de sobrevalorar o infravalorar determinadas tendencias, estilos o autores dentro del mundo de la pintura, por la cual, evidentemente, cobran para llenar de pureza los oídos de los ignorantes.

Por tanto, la belleza, por poderosa que sea, no tiene razón para hacerse saborear exclusivamente por los intermediarios, aunque en el mundo en que vivimos, tan lejos de las artes, necesitemos medios externos que la expliquen a espíritus débiles y lánguidos para hacerse agradable.

Pensaba A. Machado que el elemento poético era "una palpitación del espíritu, lo que pone el alma, si es que algo pone, o lo que dice, si es que algo dice en respuesta animada al contacto del mundo".

Ocurre que la historia nos ha dado muestras de que muchos de nuestros mejores pintores y escritores vivieron en la más absoluta precariedad durante su vida y en el fluir del tiempo fueron rescatados a la gloria más, incluso, que aquellos que en su tiempo, al ser más vigorosos por sus adhesiones a la estética dominante resolvieron mucho mejor su situación socioeconómica.

A lo que iba: he observado, como amante de la pintura, a través de Internet y de algún medio próximo, que el pintor neoimpresionista, como yo catalogo con demasiada imprudencia, Andrés Rueda, siempre se presenta con el rostro descubierto, sin mirar en exceso su ombligo, fuera de tendencias, fuera de las prisas del tiempo actual y de disciplinas de mercado, pero imponiéndose siempre a la coherencia de las emociones que la luz y el color de sus obras nos invocan.

También, es cierto que una determinada tendencia, estilo o motivo de cualquier autor pueda gustar más o menos, pues nuestra capacidad no es tanta para osar comprender la disposición de la materia que ha llevado al autor, para que sea esa su finalización o su creación y no otra en la ejecución final de la obra.

Lo que sucede es que la pintura de Andrés Rueda atrapa, seduce, cautiva, ilumina los falseamientos de la experiencia real, de tal suerte que el espectador no queda indiferente a la fuerza expresiva de sus colores, de sus luces, de sus sombras y de sus nieblas, siempre con un toque de esperanza en el color que nos redime de la rigidez de un orden racional.

Esta pintura de Andrés tan alejada de academicismos, de dogmas, de clubs de pintores, de un mundo donde habita la mentira y la manipulación, tiende a constituirse (en solitaria búsqueda), en un impulso vital de una verdad, que es la suya; donde los lirios, las amapolas, las florecillas silvestres, los atardeceres, los amaneceres y la naturaleza (virgen o agitada), encuentran cobijo en toda su obra y es, en último término, una palpitación de su propio espíritu, que consigue transmitir a muchas almas que no necesitan un conocimiento especial sobre el arte.

Decía Aristóteles que los buenos legisladores cuidáronse más de la amistad que de la justicia. Por tanto, estas ideas sobre Andrés Rueda, pudieran parecer menos bellas y menos acertadas a aquellos que conocen la amistad que profeso, entre otros muchos, a este pintor, sin necesidad de estar ensamblados por alguna casualidad o conveniencia.

Por consiguiente, como no quisiera que nadie entendiera que lo que acabamos de decir pudiera envilecer mis sentidos, quiero someter a la propia percepción de todo el mundo el último cuadro de mi amigo Andrés, que aparece más arriba.

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