jueves, 11 de julio de 2013 | Por: Pedro López Ávila

EL REY DE ESPAÑA



Aun a sabiendas que nado a contracorriente, no sé por qué siempre me meto en charcos que podría evitar fácilmente con el silencio y ser mucho más sensato, dejando transcurrir los acontecimientos, sin necesidad de opinar públicamente mi parecer sobre las modas o tendencias (como se dice ahora) que imponen los grupos de poder sobre la ciudadanía.

Sin embargo tengo, una tendencia natural a redoblar mis pareceres en cuanto veo hacer su aparición a la injuria, a la calumnia y a la difamación.

Digo esto, porque hasta hace muy poco tiempo, la inmensa mayoría de la población española, tanto progresistas como conservadores consideraba al del Rey de España como la figura que más valerosamente había luchado contra aquellos militares que un 23 de febrero de 1981 trataron de arrebatar las libertades al pueblo español.

Algunos llegaron a acuñar el término de juancarlistas para definirse y comprometerse libremente con nuestra Monarquía Parlamentaria, renunciando incluso a los idearios republicanos que se contemplaban en distintos partidos como forma de gobierno.

Decir que la resistencia, la serenidad y la rectitud de juicio que ha mantenido Juan Carlos I , por la agitación que han supuesto durante su reinado las propias leyes promulgadas de gobiernos de signos e ideologías muy diferentes, y que muchas de ellas iban muy por delante del pensamiento del pueblo español, me hacen entender que alejan cualquier duda en lo que se refiere al papel simbólico que ha desempeñado nuestro monarca en la vida legislativa de los españoles.

Sin aspavientos, con mesura y con un gran sentido de la responsabilidad ha tenido que sufrir durante muchos años las iras y el desprecio de grupos secesionistas vascos y catalanes en sus irrefrenables reivindicaciones soberanistas que creen de modo distinto a otros grupos parlamentarios no nacionalistas.

Por el contrario, las amistades puras que ha trabado nuestro Rey, en países árabes o iberoamericanos, posponiendo a veces ese lazo nacional al universal y común, me parecen acciones de mucha altitud moral que nunca se le han reconocido en su justa medida.

Las relaciones internacionales, que nos ha abierto puertas comerciales más allá de nuestras culturas, han servido de refugio para muchos de nuestros dirigentes políticos que renunciaban por necedad en otro tiempo a nuevas vías de entendimiento más universales, y que pensaban exclusivamente en términos de vecindad (especialmente en Europa), renunciando a la propia naturaleza humana que nos ha puesto en el mundo libres y desligados.

Por todo esto no me extrañaron nada las palabras de Felipe González, buen conocedor de Juan Carlos I, cuando en recientes declaraciones afirmaba que no se debe de jugar con las cosas de comer.

Pero, es que este momentos histórico que estamos viviendo es tan rastrero y está tan manipulado que nos está dejando una triste imagen de nuestro Monarca, quizá el personaje más relevante de nuestra historia contemporánea.

Nuestros juicios están también enfermos y tratan de oscurecer acciones tan valientes y generosas como fue detener a los golpistas del 23 F., para incluso, ofrecernos viles interpretaciones del frustrado atentado contra la democracia o atribuir al mismo Jefe del Estado circunstancias que nunca sucedieron nada más que en la imaginación de los difamadores.

Con qué sutileza se está erosionando la figura del Monarca y de su sucesión, buscándole en cualquiera de sus actuaciones o representaciones mil intenciones perversas.

Con cuánta facilidad se le están amontonando los problemas por las presuntas deslealtades de su yerno. Está claro que no existe nada tan propio de la codicia como la ingratitud.

Con cuánta severidad se le está juzgando sus equivocadas cacerías de elefantes, con el objetivo fundamental de rebajar su grandeza y hacernos olvidar los servicios que ha prestado al pueblo español, al sistema democrático y a la defensa de las libertades.

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