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Santos Hu - www.mileniumgallery.com |
Esta civilización en la que vivimos si no está muerta
está moribunda, pues se sustenta en el fingimiento, en el disimulo y en la
cobardía de la mentira, enmascarada de mil maneras
A
veces pienso que es bueno nacer en una época rastrera, depravada y corrupta,
pues en comparación con los demás, se puede recibir el reconocimiento de ser
hombre bueno, honrado y hasta virtuoso, siempre y cuando la conducta vaya
acompañada de la verdad. Hoy día la mentira es un elemento muy útil para
obtener provecho público o privado; es decir, con la mentira se articulan
engaños que van desde la propia corrupción política, hasta el poder librarse de
entrar en la cárcel los asesinos más crueles, atroces y deleznables de nuestro
tiempo. Estos consideran una necedad la decencia de ir acompañados por la
verdad a cualquier juicio o causa instruida contra ellos, ya que es la propia
ley la que les ampara para poder mentir en su defensa.
Esta
civilización en la que vivimos si no está muerta está moribunda, pues se
sustenta en el fingimiento, en el disimulo y en la cobardía de la mentira,
enmascarada de mil maneras, que se ha instalado entre nosotros para justificar
comportamientos que esclavizan a la humanidad. Apolonio de Tyana decía en sus
cartas que correspondía a los siervos mentir y a los libres el decir la verdad.
Ya
sabemos que no siempre se ha de decir todo, pues sería estupidez que, en todo
tiempo, podría actuar en contra del individuo, sobre todo sabiendo que algunos
silencios retumban más que las propias palabras, pero la mentira oficializada
en las instituciones no deja de ser una gran maldad que ve su prolongación en
la sociedad como algo natural.
No
es en absoluto recurrente decir que el hombre actual sienta la percepción de
que los políticos mienten y que incluso en el debate de ideas unos se acusen a
otros de mentir con tal de que sus argumentaciones de todo tipo se impongan
sobre las de los demás, con el único objetivo de ganarse adeptos para conquistar
el poder.
Una
vez conseguido este, el paso siguiente es colocar a familiares, amigos,
parientes y allegados en determinados puestos logísticos que les permitan a
cada uno mantenerse en las cotas de poder que les han sido asignadas y de esta
forma no hacer peligrar en demasía los favores que les han beneficiado, sin más
mérito que pertenecer o ser afín a la congregación.
Por
su parte los abogados, fiscales y jueces de nuestra época hallan en todas las
causas suficientes puntos de vista para interpretarlas como mejor les parece. Y
aunque ya sabemos que históricamente el derecho, amparado en la legislación de
cada civilización y de cada sistema, es ciencia tan infinita y sujeta a la
autoridad de tantas opiniones, no existe un proceso tan claro como para que en
él no existan ideas distintas. Lo que consideran unos puede ser considerado por
otros al revés y ellos mismos al revés otra vez.
De
todo esto vemos ejemplos recientes en los que es muy difícil que alguien cumpla
con sus penas, ya sean por haber cometido crímenes monstruosos o bien por
haberse apoderado del dinero del vecino que estaba depositado en el erario
público. Claro que como las leyes están conformadas en su origen de forma
viciada los que delinquen (vulnerándolas o violándolas), conocen mejor sus
derechos que sus propios abogados, pues siempre van disfrazados con la máscara
de la mentira, adiestrados en la perfidia , sin que les remuerda la conciencia
si faltan a la verdad.
Así
las cosas, nos encontramos con que las sentencias son recurridas tantas veces
como fueran necesarias en la incesante búsqueda de nuevas mentiras y por
consiguiente, al no acatar los fallos, se va de unas instituciones a otras
superiores; es decir, de unos jueces a otros para decidir sobre una misma causa
hasta conseguir que prescriban los delitos en muchos casos.
Escuchando
el otro día al jurista Martín Pallín, Fiscal del Tribunal Supremo, en un
programa televisivo, me llamó poderosamente la atención cuando dijo que
aprendió de sus maestros procesalistas «que a la hora de dictar sentencia tan
independiente es un juez de paz como el Tribunal Supremo».
Bueno,
pues aun en el supuesto de que el Poder Judicial se crea independiente, pidan
respeto y dejen de sufrir ataques descalificatorios; de lo que no cabe ninguna
duda es que el recorrido, que realizan los imputados en libertad bajo fianza,
se hace interminable, por faltar tantas veces a la verdad y hasta a la propia
mentira.
Las
manifestaciones del Poder Político, por su parte, son siempre las mismas: el
acatamiento a las sentencias o a las decisiones judiciales; aunque, según haya
viento de poniente o de levante, aparecerá la apostilla correspondiente como
convenga: acatarlas, pero también expresar el desacuerdo.
Por
tanto, al amontonarse la mentira y la contradicción en millones de folios de
los procesos, para decidir sobre una misma causa, hace que la justicia sea
extremadamente lenta y la ciudadanía, utilizando el sentido común, tenga una
percepción anticipada de cuáles van a ser las resoluciones judiciales, lo que
desacredita enormemente la autoridad y la limpieza de cualquier sistema
jurídico.
Artículo
Publicado en Ideal el 16 de julio de 2014, página 29