Llevamos mucho tiempo en campañas y precampañas políticas y
si Dios no lo remedia esto va para largo. Uno de los términos que más viciado
aparece en boca de unos y otros, incluidas las opiniones de los medios de comunicación
es "coherencia" y sus derivados.
Según la RAE, la coherencia es una actitud lógica y consecuente con los
principios que se profesan.
Ya Séneca en una de sus Epístolas decía que para reunir en
una todas las reglas de nuestra vida es querer y no querer siempre lo mismo.
Naturalmente, esto es imposible, pues no es siquiera necesario seguir las
inclinaciones de nuestras expectativas de vida para cambiar de criterio a
derecha, a izquierda, al centro, hacia arriba o hacia abajo, según nos empujen
las situaciones.
Si alguien examinara de forma exhaustiva nuestro proceder en
las mismas o distintas circunstancias, aislando nuestro actos uno por uno,
hallaríamos con gran facilidad la incoherencia en nuestros ojos y nuestra
semejanza con ese animal que cambia de color, cuando lo cambian de lugar.
No sólo nos sacuden los vientos de los acontecimientos para
juzgar de una manera o de otra, sino que no hablamos de nosotros mismos de la
misma manera, en función al que tengamos en frente. Por tanto, si argumentamos,
razonamos la mentira y nos promocionamos
de formas distintas ante los demás será porque no nos vemos siempre el mismo
semblante.
La fragilidad de la naturaleza humana permite que todas las
contradicciones se den en los hombres, no de forma esporádica, sino como algo frecuente
y yo diría que consustancial a nuestro existencia. Sin embargo, nos presentamos
como personas coherentes, aunque empleemos distinto discurso y, por el
contrario, juzgamos con inmensa severidad a los demás, a pesar de no haber
seguido el rastro de sus vidas ni larga ni atentamente.
Por eso, cuando vamos sin saber a dónde y nos dejamos llevar
como las cosas que flotan sobre aguas bravías, en busca de nuestros intereses particulares,
siempre justificamos las incoherencias de los que seguimos como auténticos
peleles, a pesar de que aquellos transformen sus propios pensamientos y
abandonen los principios que profesaban. Así, lo único que conseguimos es dejar
la carga que nos pesaba para recoger otra más pesada y alienante. O lo que es
lo mismo: dejar a los que dirigen o pretenden dirigir la cosa pública a que decidan sobre nuestras vidas como si fuéramos muñecos de
trapo, según sus enmascarados intereses, plagados de crueles mentiras
patológicas
De esta guisa, siempre se repite el mismo esquema, esto es,
que los que siempre salen perdedores son
los más débiles y, cuando hablamos de estados, no son precisamente sus
legisladores los más frágiles con las leyes aprobadas, sino muy al contrario,
es la población más desprotegida la que siempre es víctima de los dispendios,
latrocinios y abusos de los que ordenan
o desordenan al mundo (revolviéndolo todo), con el único objetivo de salvaguardar sus
intereses particulares o la de sus aliados en la misma causa.
¿Podríamos asegurar falta de coherencia, en rigor, del primer
ministro griego, Alexis Tsipras, después de convocar un referéndum, solicitando
a su partido y a sus seguidores el no
a las condiciones del rescate a Grecia, impuesto por la "troika", y
habiendo sido apoyado por más del 61% de los votantes,
acepte a los pocos días un acuerdo en peores condiciones (según algunos
expertos), contraviniendo la voluntad popular?
Aparentemente para la muchedumbre puede que sí, pero justo
habría que decir que a los que vimos ayer excesivamente osados, no sería de
extrañar que mañana los veamos temerosos, por la necesidad o por las
circunstancias contrarias. De esto no se libran ni las personas ni las
instituciones ni los pueblos.
Tsipras sabe perfectamente que ha dinamitado a Syriza, su
propio partido, que se ha ganado el odio
eterno de una población que confiaba en él y en el dracma como salida airosa,
que se ha creado más disidentes que partidarios (entre ellos el propio ministro
de finanzas, Varoufakis) y que posiblemente se ha automutilado políticamente
como Edipo Rey en la tragedia de Sófocles.
Pero, tampoco Tsipras ha querido ser el héroe épico de
la Chanson de Roland, invitando a todos
los ciudadanos para pensar como guerreros contra Alemania, porque no podía ser…
Tampoco quería asemejarse a Rolando, el héroe francés, que de manera
incomprensible, se condenó por pundonor militar a morir junto a veinte mil
guerreros por no pedir el auxilio
necesario.
Tsipras no es un traidor, por mucho que se empeñen en
presentárnoslo así los que mejor harían en hablar de sí mismos, si supieran
replegar su opinión tanto como extenderla. Tsipras es un patriota que no ha
querido dejar ni un día más al pueblo heleno en bancarrota, necesitaba liquidez para los ciudadanos de a pie, aunque
haya tenido que recurrir a prestamistas para pagar la deuda de la deuda.
Ahora veremos si la Merkel y sus amigos cumplen con el
compromiso de solidaridad, toda vez que el compromiso de la responsabilidad ya
está cumplido con creces.
Publicado en periódico IDEAL el 27-7-2015