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Óscar Borrás - www.mileniumgallery.com |
Personalmente nunca he llegado a comprender con
exactitud en qué está basada la singularidad o el sentimiento de un vasco, de
un catalán o de un andaluz con respecto a otros estados, regiones, provincias o
municipios. Supongo que en las costumbres y en las tradiciones. Cualquier libro
de geografía física o diccionario enciclopédico suelen reseñar a cada pueblo
algunos rasgos o características de su población, plagada de tópicos, que
carece de base científica o sociológica.
Así, se describe a los franceses como chauvinistas, a
los ingleses flemático a los rusos secos y ásperos en el trato, y a los
españoles torerillos y flamencotes. En fin, al fijar la patria de la persona,
las combinaciones del ADN o el realizar referencias al RH negativo no da gran
luz ni aportan nada desde el punto de vista de la persona o género humano.
Tampoco entiendo la ligereza con que se habla de la
identidad de los catalanes frente a otras regiones (basada en unas cuantas
diferencias), cual si se tratara de un proceso mensurable y matemático en el
que todos los ciudadanos comparten los mismos rasgos o caracteres. Por el
contrario, entiendo que la única originalidad que pueda tener un pueblo radica
exclusivamente en su cultura. Lo demás limita y crea injusticia.
Decía Baroja: «quizá que donde pueda haber algo como
una tradición única o, por lo menos homogénea, sería en una raza, en una
subraza o en una tribu aislada; pero no siempre la hay».
Así pues, siempre me ha parecido que las diferencias
existentes entre unos pueblos y otros han sido sociales y económicas, es decir,
de la riqueza frente a la pobreza (independientemente de sus costumbres o
folklores), porque de lo contrario caeríamos en la tentación de creer en la
superioridad moral y étnica de unos hombres sobre otros.
No deberíamos olvidar que Sabino Arana (Fundador del
Partido Nacionalista Vasco), caracterizado por su ideología xenófoba, racista y
separatista, había libado su nacionalismo en Barcelona con los catalanistas y
había aceptado con entusiasmo sus doctrinas. Sin embargo, consideraba españoles
a los catalanes y, aparte de sus disparatadas teorías racistas, expresó:
«Cataluña es española por su origen, por su naturaleza política, por su raza,
por su lengua, por su carácter y por sus costumbres».
Sabino Arana debió nutrirse también en los estudios
del filólogo e historiador Manuel Larramendi, precursor del nacionalismo vasco.
Para él, la nobleza del guipuzcoano no viene de los reyes, sino que es una
nobleza étnica, de no haberse mezclado la población ni con judíos, ni con
moros, ni con godos, ni con americanos (ni con Pizarros ni con
Pinzones). Por tanto, para este jesuita la nobleza supone raza.
Sin embargo, por mucho que nos sigamos empeñando,
Cataluña nunca ha sido un reino independiente, sino el resultado de múltiples
civilizaciones y culturas asentadas en distintos territorios (según las
épocas), así como de los procesos culturales en las distintas edades
históricas. Además, se debería saber que la primera capital de la Hispania
romana fue Tarragona y de la Hispania visigoda fue Barcelona; que también
participó en la reconquista o conquista (según se quiera mirar) y en procesos
repobladores de otras regiones españolas.
La instrumentalización exótica que ha llevado al
desvarío al Sr. Artur Mas, mediante los más sofisticados pactos con fuerzas
antagónicas para marcar el rumbo de la Historia de España ha fracasado
totalmente, aunque nos quiera convencer de que dos millones de votos es menos
que un millón ochocientos.
Antes bien, lo peor de todo es que la sociedad
catalana ha quedado tan partida y, me atrevería a decir, tan desmenuzada
ideológicamente que va a resultar harto complicado conciliar, durante varias
generaciones, actitudes tan excitadas como la de la CUP (que ya está invitando
a la ciudanía a la desobediencia de la soberanía de España), frente a otras
formas de interpretar la realidad del resto de los partidos, cuyos programas
chocan frontalmente con aquella y entre sí mismos.
Los independentistas y no independentistas han dejado
de lado los problemas sociales, que no son pocos; han votado olvidando
programas, creyendo que la solución a sus males estaba en función a separarse o
no de España. Artur Mas y los del 3% (o el porcentaje que fuere) con su
radicalización por la independencia no están en condiciones de dirigir un
proceso en el que más de la mitad de los catalanes le han dicho que no quieren
la secesión, aunque él seguirá erre que erre. ¿Sería acaso por debilidad o
porque temiera a algo?
El caso es que Mas ha hecho mucho daño a los españoles
en general y a los catalanes en particular, sacando rédito a la crisis
económica que estamos padeciendo, porque no sólo ha generado un odio inmenso
entre muchos ciudadanos de las distintas comunidades contra los catalanes, o de
una parte de la población catalana contra los españoles, sino lo que es pésimo,
entre los propios catalanes. Para ese viaje no hacían falta alforjas.
Publicado por el periódico IDEAL con fecha 1-10-2015