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"El Príncipe" de Diego Canca - www.mileniumgallery.com |
Decía Baroja. "Yo como muchos he tenido el entusiasmo y
el fanatismo por la veracidad. En mí la veracidad no es sólo un convencimiento, sino
una técnica". Y es cabalmente
esto: verdad y autenticidad lo que podemos descubrir, si alguien con rigor y
seriedad se atreve a enfrentarse a la obra de Canca.
Lo que sucede es que la mediocridad de los presuntuosos, que
ellos mismos se autodenominan artistas plásticos, nunca llegarán a comprender
que en una personalidad como la de Diego Canca convivan una base de intuición y
observación en comunión continua y obsesiva con su compromiso por lo bien hecho;
siempre, en la perpetua búsqueda de la perfección. Hasta tal punto llega su
perseverancia en el trabajo, que la pintura parece apuntar a la literatura,
para concretar una y mil veces, a base de microveladuras de tonalidades, lo que
la escritura jamás podría expresar.
Diego Canca, nace en 1948 en Ceuta, en el monte Canca, ya
sepultado por bloques de pisos, muy cerca de la playa Benítez, del mar, de ese
mar que le ha dejado una resonancia triste, y una huella soñolienta y
melancólica dentro de su espíritu. De ahí la llamativa necesidad que nuestro
autor siente por volver a su ciudad, a
la que visita al menos dos veces por año., porque, según él, al llegar a su
ciudad natal, "Dios le toca con el dedo"
Como en la mayoría de los españoles de la época, las
situaciones económicas eran un tanto míseras. Si ya era difícil sobrevivir, más
complicado se hacía el estudiar. A pesar de todas las circunstancias adversas,
Canca finaliza el Bachillerato, siendo la Profesora de Dibujo la que entendió
rápidamente que se encontraba ante un
ser excepcional y con unas aptitudes para reproducir la realidad más que
sobresalientes.
Me comentaba Diego, con gran sentido de la ironía, que en su
niñez carecía de habilidades y destrezas para las prácticas deportivas, por lo
que el resto de los niños al formalizar el enfrentamiento de los equipos, en
los partidos de fútbol, ya conocían, al igual que él mismo, que el equipo perdedor era en el que él
estaba alineado.
Esta anécdota, aparentemente sin importancia, va a ser
decisiva y, me parece, que es donde se van a hilvanar esos extraños caminos por
los que discurre la vida y que nos conducen azarosamente hacia un destino. Su
temprana vocación por el dibujo, por representar objetos y, fundamentalmente,
retratar a personas, a las que observaba sus rasgos meticulosamente, le servían
y le ayudaban, al menos, para equilibrar
su susceptible amor propio ante sus amigos, que quedaban absortos al contrastar
la fidelidad y semejanza de sus dibujos (de aquellas imágenes de su blog ) con
el objeto o personas representadas.
Sin embargo, quizá, el momento más trascendente en la vida de
Diego Canca, sería, cuando en el colegio, cayó en sus manos un libro en el que
observó una fotografía en la que se ancló su mirada. Se trataba de "El Dios Marte" de Velázquez. En una naturaleza sensitiva como la suya (determinada
por los sentidos), le produjo tal impulso enérgico que, tal vez, le hizo pensar,
desde ese momento, que no estaba dispuesto a que su vida se agostara en la
vulgaridad. Desde ese instante el realismo de la obra de Velázquez se ubicó por
delante de la retina del pintor ceutí.
A pesar de que su Profesora de Dibujo consiguió facilitarle
una beca para que continuara sus estudios en
Bellas Artes, la economía familiar no le permitían esos
"excesos", por lo que a la temprana edad de 14 años emigró con su
carpeta de dibujos bajo el brazo hacía Barcelona, en donde seguía aprendiendo
con los pintores de la calle a los que observaba con mirada depredadora en su
obsesiva tarea de aprendizaje. Vendía
sus dibujos para el sustento diario , especialmente, retratos que realizaba
para extranjeros. Desde Barcelona se desplaza nuevamente a Cadaqués y llegó a
conocer a Dalí, aunque nunca tuvo trato personal con él.
A partir de este momento la receptividad extraordinaria de
Diego para expresar las sensaciones de toda especie se convierten en casi
patológicas, sobre todo, al descubrir la obra de Dalí. Sus exigencias ahora van
a ser cada vez mayores -yo quería ser como Dalí- confiesa en la actualidad. La
sobresaliente figura del arrebatado soñador de Figueras quedó depositada para
siempre en el fondo del alma de Diego Canca. De hecho, la primera etapa de nuestro pintor
ceutí tiene mucho que ver con el surrealismo, con lo onírico, con lo fantástico;
conceptos que todavía no ha abandonado como se puede comprobar en su obra
actual.
A comienzo de los años 70
se traslada a Madrid, comenzando sus primeras exposiciones en formato
pequeño. Así nos dirá: "en el pequeño formato estaba el secreto, para
algún día llegar a hacer grandes formatos. Si no se sabe extractar la obra que
uno quiere, en el gran formato fácilmente uno se puede perder".
A partir de aquí, traga con gran voracidad todo el
conocimiento que recopila de los clásicos, y de los cuales pueden verse
vestigios en su labor futura. Especialmente se interesó y estudió muy
profundamente el Renacimiento. -El
Renacimiento me subyugó- nos dirá en una de sus conversaciones. Se interesó,
no obstante, por todo lo que formase parte de una estética distinta (desde la
pintura flamenca, hasta el arte emergente, pasando por la pintura italiana).
En Madrid conoció a Antonio López, con el que en la actualidad
mantiene una viva amistad, se intercambian ideas, conceptos, opiniones tendencias, evoluciones y todo lo relacionado
con el mundo del arte.
Aprendió muchos conceptos de la pintura contemporánea y las
formas de aplicarlos en una minuciosa labor de investigación en la técnica del
óleo (nuevos componentes químicos que existen hoy en el mercado, materiales,
tipos de pigmentos et…), estudió muchos tratados de pintura, compartió estudio
con grandes pintores de los que se nutrió, aunque, eso sí, desde niño llevaba
muy hondamente grabado su individualismo , que obtuvo como resultado final la
creación de un arte de confección propia en continua evolución, pero sin seguir
pautas extrañas a su propia sensibilidad realista.
A finales de los años 80 y hasta nuestros días fija su
residencia en un pequeño pueblo, situado
en la vega de Granada, Churriana de la Vega, a tiro de de piedra de la ciudad
nazarí, a unos 6 km de la capital, en donde continúa arraigado en su ahínco pasional
de investigación pictórica. Además, cargado aún de fuerzas y de vigores juveniles,
emplea parte de su tiempo en ejercer su magisterio con nuevas generaciones,
procedentes en su mayoría de la Facultad de Bellas Artes.
Diego Canca, el artista nato, el narrador literario, el
escultor y grabador sugestivo, el melómano empedernido, el hombre que tiene que
abrirse camino (pidiendo disculpas) entre el informalismo y la abstracción que
emerge hasta nuestros días, es la sensación más cercana al ideal del hombre humanista en nuestro tiempo.
Hoy, en su pueblo de adopción y que tan bien supo acogerlo,
existe una calle que lleva su nombre, y una sala en el museo de Churriana de la
Vega, en reconocimiento a su dilatada y densas aportaciones al mundo del arte. Se
denomina Sala Municipal de Pintura Diego Canca; si bien, en todo el pueblo y en la capital granadina es más reconocido de
forma más genérica con el nombre de Museo
Diego Canca.
Artículo publicado en "El Faro" de Ceuta el pasado 22 de noviembre de 2015
Artículo publicado en "El Faro" de Ceuta el pasado 22 de noviembre de 2015