viernes, 29 de enero de 2016 | Por: Pedro López Ávila

ESPERPENTOS


Cuando un dirigente político para llegar a gobernar él o los de su partido de manera un tanto embrollona, intenta justificar a los ciudadanos sus actuaciones con acuerdos peripatéticos, «corrigiendo el resultado de las urnas» me parece a mí que eso es una democracia moribunda.
 Que cualquier partido político entre al juego de si tú no vas, yo te presto ocho diputados que son los que necesitas, aunque dos de la misma ideología nos abstengamos, para, finalmente, decirte, cuando te marches, que «te he echado al cubo de la basura», me parece de una inmensa brutalidad que achica el espíritu, de tal forma, que pareciera que vivimos en un retraso intelectual lamentable.
Todo este ridículo espectáculo que nos ofrecieron las televisiones en directo en la investidura del nuevo president, Carles Puigdemont, elegido con el dedito por el mismo que «se queda en el cubo de la basura histórica» y que éste, a su vez, fue elegido de la misma manera por otro president que está imputado en los casos corrupción más graves de nuestra historia contemporánea, me hace ser cada vez más escéptico al democratismo.
Si el derecho a decidir y la democracia se reduce a la consigna de mantener lo que se tenga y robar cuanto se pueda, yo no voy a creer jamás en la democracia, por mucho que se empeñen en convencerme que la mayoría de los políticos son honrados.
Si el voto anticapitalista se mezcla y se aúna, según sople el viento, con el voto de economías de mercado o el voto asambleario se puede manipular más que el representativo, para producir empates o desempates, según convenga, tampoco voy a creer en el voto de las asambleas como más directo y democrático para atender mejor las necesidades de la gente.
La obcecación del ya expresidente Artur Mas, ha arrastrado a su propio partido y a las propias CUP a perturbarlo todo, de tal forma que no sé hasta qué punto los ciudadanos catalanes independentistas tienen un criterio riguroso y formado de lo que pretenden sus dirigentes en el ámbito social y económico. Quizá, lo único que puedan tener claro estos electores es que han dado un paso muy importante para separarse de España, aun a sabiendas de que más de la mitad de los catalanes no quieren esa independencia ni ser cautivos de colectivismos que los conduzcan al despeñadero.
Hay, por tanto, que tener bien aprendida la lección: los enemigos oficiales pueden ser amigos privados y los amigos o aliados públicos se tienen ganas, yo diría que, a veces, un odio mortal, de tal manera que la apariencia y la realidad siempre andan enmarañadas en política.
Que nadie piense que va a tener que estudiar la Constitución catalana y adaptarse a ella, si quiere vivir en su región. Eso no va ocurrir jamás, entre otras razones, porque el único partido que hipotéticamente permitiría el referéndum, desde la Constitución, sería el partido de Pablo Iglesias y, claro está, éste con la concepción intervencionista que tiene del Estado (además de expansionista hacia Europa) solicitaría un no rotundo a la población catalana desde el poder.
Por esto, todo lo que está ocurriendo en España y en Cataluña es un esperpento en el sentido más valleinclanesco de su visión de la realidad. Sus actores son «enanos o patizambos que juegan una tragedia». Decía Valle-Inclán: «España es una deformación grotesca de la civilización europea».
¿Puede haber algo más grotesco que el finalizar una sesión de investidura de aquella manera (en domingo y con prisas) con la expresión «viva Cataluña libre», pronunciada por el nuevo president de la Generalitat, Carles Puigdemont.
Vamos, como si Cataluña estuviera o hubiera estado colonizada por ‘los invasores’ (de no sé dónde) y no hubiera habido nunca libertad, sino que hubiera sobrevivido bajo la bota del pueblo español, del que ellos han formado parte como sujetos activos, durante muchos siglos de nuestra historia, con riquísimas aportaciones e importantísimas adopciones del resto del territorio, en el campo de las ciencias, de las técnicas, de las letras y de la cultura en general.
¿Alguien, en su sano juicio, puede pensar que este escenario actual no estaría contemplado en Europa, en España y en el mundo occidental, mucho antes de que se produjera este chanchullo de votaciones (te presto, te cambio, doy un paso al lado, te quito de alcalde, te presento a president, te nombro consejero) y que no existirían distintas respuestas eficaces a priori, para cada circunstancia concreta, que se les ocurriera a estos visionarios políticos?

Por tanto, no va a pasar nada, absolutamente nada, por muy alarmados que quieran estar algunos. Lo que sí parece inevitable serán los enfrentamientos, convulsiones sociales, cruces de declaraciones en tonos amenazantes, acentuación de rivalidades o discursos grandilocuentes. Todo esto orquestado, cómo no, por mediocres ciudadanos llenos de pretensiones políticas que les gustan que les aplaudan y que les den muchos abrazos; aunque, la crítica, la autocrítica y la reflexión severa e inteligente quede aparcada sine die. Pues nada, a los abrazos y a seguir aplaudiendo.

Artículo publicado en IDEAL el 25 de enero de 2016.
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