Es evidente que la estructuración de un sistema educativo es producto o resultado de la historia, de la propia historia de la escuela o del propio sistema educativo; pero, también, del cambio de las condiciones ideológicas, políticas, sociales y económicas de un país.
Por esto, todo sistema educativo intenta satisfacer
las necesidades y propósitos de una sociedad concreta en un contexto histórico
determinado. No obstante, puede ocurrir, y de hecho ocurre, que el sistema no
satisfaga las necesidades educativas, o bien, que cambien las condiciones.
Entonces habrá que cambiar las finalidades asignadas por la sociedad a la
escuela, como referente último, ya que es esta la que debe legitimar al modelo.
Así, se producen diferencias entre la estructura y el contenido del modelo
educacional y la estructuras y escenario político, económico y cultural, dando
como resultado la insatisfacción generalizada; materializada en una avalancha
de camisetas verdes o en grandilocuentes discursos retóricos sobre el gran
cambio que debe producirse en la educación. Eso sí, sin especificar demasiado
en su contenido, por parte de los políticos, no vayamos a meter la pata.
Recordemos que en España en los últimos doscientos
años, las reformas que se habían producido, en profundidad eran: La Ley Moyano
de 1847, la I.L.E. (la institucionalización de la escuela única) en la Segunda
República y la Ley General de Educación de 1970. Sin embargo, en los últimos
veintisiete años hemos tenido cinco reformas educativas de calado legislativo,
engendrada en los despachos y plasmadas en forma de leyes orgánicas: La LODE
(1985), la LOGSE (1990) , la LOPECE (1995), la LOE (2006) y la LOMCE (2013).
Todo esto sin contabilizar la LOCE (2004), que no llegó a desarrollarse en la
mayoría de las autonomías.
Lo que al parecer, todo el mundo tiene claro es que
se hace necesario un gran pacto en la educación, con el objetivo de que cada
vez que se produzca un cambio de gobierno no lleve aparejado modificaciones
sustanciales en la estructura u ordenación del sistema educativo, pero ¿cómo
se hace esto sin modificar el currículo?.
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Lo que, al parecer, todo el mundo tiene claro es que
se hace necesario un gran pacto en la educación, con el objetivo de que cada
vez que se produzca un cambio de gobierno no lleve aparejado modificaciones
sustanciales en la estructura u ordenación del sistema educativo, pero ¿cómo se
hace esto sin modificar el currículo? Cualquier cambio en la enseñanza lleva
siempre aparejada una reforma del currículo, es decir, de las intenciones educativas
y de las intenciones para su efectividad. Según Gimeno, “El currículum o
currículo es la concreción de los fines sociales, culturales y de socialización
que se asignan a la escuela”. Tiene, por tanto, componentes ideológicos y
políticos, hasta tal punto de que hay quien habla de ideologías curriculares.
Así las cosas, nadie en su sano juicio puede creer que
pueda existir un entendimiento total bajo la luz de juicios severos y profundos
en la que no haya siempre heridos. Los currículos están profundamente
confrontados, alejados y distantes en sus idearios entre los grupos liberales,
anticapitalistas o independentistas. Grupos, en cuyos intereses se pierden y se
diluyen referentes sociales para ser sustituidos por otros, y en donde la
simpatías ideológicas o las creencias religiosas prevalecen sobre el fin último
de la enseñanza: un proceso que consiste en transmitir conocimientos,
experiencias, valores, procedimientos, etc.. para enseñar a otros que no los
tienen, y de esta manera hacer un igual a sí mismo.
Es verdad que las distintas comunidades autónomas adaptan
los Reales Decretos de Básicos que establece el Ministerio a las
características diferenciadoras de cada autonomía y los docentes de estas se
encuentran facultados para realizar una concreción del currículum a la
especificidad de colegios y aula: R/D 126 de 2014 por el que se establece el
Currículo Básico de la Educación Primaria. Por tanto, se trata de un currículum
abierto, cuya referida concreción en cada caso ha servido para que grupos
secesionistas hayan podido instrumentalizarlo a favor de una determinada lengua
como prurito para sentirse singulares o, en su defecto, por grupos
ideológicamente armados contra la tradición y a favor de modelos sociales que
pisotean a nuestra historia. En definitiva, lo que tenemos en la actualidad es
un currículum único y prescriptivo, pero también abierto y flexible lo que da
lugar a que la cultura y el conocimiento histórico quede secuestrado por
intereses partidistas; entendiendo a la cultura en su sentido etimológico de
cultivo y experiencias no especializadas, de informaciones y sensibilidades
heredadas y aprendidas que dejan huella en el alma, condición imprescindible
para ser hombre, para ser humano. Porque, un pueblo sin cultura es un pueblo
conformista, y con un pueblo conformista no se puede sino llegar a la
marginalidad y al aislamiento colectivo en manos de las clases privilegiadas
que, en el fondo, me da a mí, es lo que interesa.
El gran pacto para la educación no es tarea fácil,
vistas estas premisas. Para ser libres es necesario un esfuerzo colectivo, programas
(como se decía antes) o un currículum que sea capaz desde la escuela y, no
tanto desde los despachos, de consensuar modelos educativos basados en el saber
y la cultura como el mejor sistema de autoprotección del que dispone el ser
humano.
Artículo publicado en IDEAL el pasado jueves
17-11-2016.
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